La muerte de Cristo y la filosofía

En el panorama cultural español no es frecuente que pensadores y profesores de filosofía escriban sobre Jesús de Nazaret. Quizá porque consideren que esa historia angular, narrativa maestra, es competencia exclusiva de los teólogos. Javier Gomá se atrevió, desde la teoría de la ejemplaridad, a glosar la descomposición de la ejemplaridad de Jesús y esa aparente contradicción de Dios, consigo mismo, que es el Gólgota.

Desde hace unos días contamos con una sorprendente novedad editorial firmada por el catedrático de filosofía moral de la Universidad de Salamanca, Enrique Bonete Perales. “Filósofos ante Cristo” es su título. Un libro distinto, pero no distante, de los escritos por X. Tilliette y F. Lenóir. El profesor Bonete se pregunta, en el tercer capítulo, si los filósofos han afirmado algo relevante sobre la muerte de Cristo y su resurrección. Y lo hace en relación con una de las preguntas sobre las que Kant articula su sistema de pensamiento: ¿Qué me cabe esperar?  

En esta semana la imagen de la pasión ocupará el centro de no pocas plazas públicas. No estaría de más recordar que Pascal mostró una especial sensibilidad hacia el significado salvífico del sufrimiento de Cristo. Que Feuerbach, con metáforas seductoras, consideró que la pasión de Cristo es la proyección del valor que los humanos concedemos al sufrimiento por amor. Que Karl Jaspers comparó la muerte de Socrates, redención de la conciencia, con la muerte de Cristo, redención de la libertad. Que también hablaron de ello Ernst Bloch, Max Scheller, Robert Spaemann, Richard Swinburne, o nuestros Miguel de Unamuno, María Zambrano y Julián Marías, entre otros.

No debemos desalar el Evangelio suavizando los bordes del crucifijo. Los filósofos no lo hacen. El mal en este mundo ocurre por algo más que simples malentendidos. La crucifixión de Nuestro Señor no es fruto del solo error humano. Desde la cruz, ya no hay desolación donde Él no pueda estar presente. Nadie puede caer ya tan bajo, ni sufrir tanto, como para que Dios no le haya precedido en el fondo del precipicio. Y allí encontrase con quien le extiende su mano hacia la luz.      


 
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