Las Memorias de José María Castillo

José María del Castillo.
José María del Castillo.

No puedo negar que soy un aficionado al género memorialístico hoy tan en boga. Con sus limitaciones, las Memorias son una radiografía de estados de vida, de opinión, sociales. Y también eclesiales. No es que sean fuente primaria de rigor para investigaciones históricas, pero sí apuntan y explican procesos y tendencias.

Tenía desde hace tiempo pendiente leer las “Memorias. Vida y pensamiento” de José María Castillo (Desclée de Brouwer), uno de los teólogos mito de cierto sector de la Iglesia en España y también de la América hispana.

Siempre me ha parecido que el de las Memorias no es un género que prolifere en los ámbitos eclesiales. Quizá por el pudor de una humildad no sé si bien digerida. Se echan de menos más publicaciones de memorias de personalidades de la Iglesia.

Por ejemplo, la de los presidentes de la Conferencia Episcopal. No tenemos Memorias de don Gabino, que aún vive, ni del cardenal Rouco, ni de don Elías, aunque creo que sí dejó algo, o bastante, escrito y que alguien lo está custodiando para que no se escape ni un folio.

Pero vayamos al libro que nos ocupa. Curioso donde los haya, a veces demasiado repetitivo, escrito como excusatio quizá petita, respetuoso con las personas y espejo de un proceso vital. Sus dos entradas y salidas en la Compañía de Jesús me parecen lo más significativo de un libro que, de entre lo mucho que aporta, está lo relacionado con la Compañía de Jesús.

Hay que aclarar que Castillo dice de sí mismo, y varias veces, que “de momento me limito a decir que yo no me he secularizado. Sigo siendo sacerdote. Lo que no he querido ha sido incardinarme en una diócesis o en otra Orden religiosa. He tomado esta decisión precisamente porque sentía el anhelo, la necesidad, de poder pensar con libertad”. 

Ilustrativas las conversaciones que se reproducen entre José María Castillo y los Prepósitos Generales de la Compañía que conoció. Una de las veces que se encontró con el P. Adolfo Nicolás, en las vísperas de la renuncia de Benedicto XVI, el P. Nicolás le dijo: “Reza mucho por la Iglesia; porque más bajo de lo que ha caído, ya no puede caer”.

En otro momento le atribuye al P. Nicolás la siguiente frase: “Ten en cuenta, me dijo, que la Iglesia lleva más de treinta años sin gobierno”. Se refería a los más de treinta años en los que ejercieron sus pontificados Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger”.

Dirá más adelante Castillo: “aunque hombres muy distintos, cada uno a su manera, le dieron más importancia a la fiel observancia de la religión que a la presencia del Evangelio en la vida de los individuos y de la sociedad”. 

 

Hay otros muchos recuerdos que merecerían destacarse, como aquel en el que cuenta que la visita de los cardenales Ratzinger, Suquía y Javierre, acompañados de monseñor Fernando Sebastián, al P. Kolvenbach para que le expulsaran de la Facultad de Teología de Granada. O lo referido al último episodio de su relación con el superior provincial a propósito del libro “Espiritualidad para insatisfechos”

Dos temas de fondo. Personalmente no acabo de asimilar, o sí, su aversión a los pontificados de san Juan Pablo II y Benedicto XVI. O esta tesis de fondo, tan antigua como caduca ya, que diferencia, grosso modo, religión y Evangelio, el gran leit motiv del libro. Tesis que al final, casi siempre, se acaba utilizando o contra la religión o contra el Evangelio.

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