Las medallas en San Dámaso

El cardenal Rouco recoge la medalla en la Universidad Eclesiástica San Dámaso.
El cardenal Rouco recoge la medalla en la Universidad Eclesiástica San Dámaso.

Hacía tiempo que no se congregaba tanto público, y un público tan selecto, por lo civil y lo eclesiástico, en la Universidad Eclesiástica San Dámaso. En la festividad de Santo Tomás de Aquino, de una forma u otra, se iba a poner el broche de oro a las efemérides de los orígenes de esta institución que, indudablemente, están ligados al pontificado del cardenal Rouco.    

Al margen de los arzobispos y obispos allí presentes, en las primeras filas se encontraban José Manuel Otero Novas, el que fuera ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, Jaime Mayor Oreja o Julio Ariza, por citar algunos. Estaban probablemente por la concesión de la medalla de oro de la institución al cardenal Rouco Varela.

Sin embargo, la medalla principal que se concedía en ese acto era la de Benedicto XVI, personalidad sin la que principalmente no existiría la Universidad eclesiástica como tal. De hecho, el 28 de octubre del año pasado se recibió en esa institución una carta del entonces papa emérito, que conste que ya en este momento no es emérito, es el papa Benedicto,  en la que se refería a ese “insigne centro académico”, y en la que aceptaba la concesión y solicitaba se le fuera a entregar a su casa-monasterio.

La Providencia ha hecho que no se le hubiera podido llevar la medalla y que, en el acto del pasado viernes, el arzobispo de Madrid dijera que le entregaba la medalla al rector para que diera curso oportuno. Seguro que ya saben que el albacea de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI es monseñor Gänswein.

El acto además tuvo un momento entrañable con la imposición de becas a los alumnos de la primera promoción con ocasión de los 25 años, alumnos de Teología, se entiende, y con la entrega de las medallas de plata de la Universidad a los profesores que estaban hace 25 años, muchos de ellos ya jubilados.

La recibió, por ejemplo, Julián Carrón, por el que parece que no pasa el tiempo, ni las inclemencias de la historia, o Juan José Pérez-Soba, que sigue en la brecha dando un poco de luz a la teología moral en tiempos de aclaraciones.

Y también Antonio Ávila, Felisa Elizondo o Juan María Laboa, quien por cierto acaba de reeditar su historia de los Papas, inicialmente publicada en “La esfera de los libros” en 2005, ahora en PPC, con unos breves añadidos del pontificado de Benedicto XVI y del Papa Francisco, que darían mucho que hablar. 

Dos notas más sobre el acto.

Es muy difícil que el cardenal Rouco no se emocione cuando recuerde los orígenes de lo que ha sido uno de los grandes aciertos de su pontificado.   

 

Y uno supondría que en una fiesta de tamaña relevancia, en la que se entregan las dos primeras medallas de oro de la institución, una a un papa y otra al cardenal arzobispo de Madrid, hoy heredero principal de la Escuela de Münich, es decir, de la Escuela canonística que propugna la interpretación teológica de la fundamentación del derecho canónico, un cardenal al que el Papa citó recientemente como líder de una corriente a la hora de interpretar la cuestión de la potestad de orden y la potestad de jurisdicción, digo que, en un acto así, la lección magistral hubiera sido sobre un tema de fondo de la teología de Ratzinger o similar.

Hoy domingo, dos días después, he leído con gusto en el diario “El País” que publicaba, incuso un portada, una pieza sobre la revolución de la inteligencia artificial.  

Pero bueno, esto es lo que yo pienso, otros no estarán de acuerdo, y también lo entiendo.

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