El magma morado
Pasó el Día Internacional de la Mujer, un magma morado, que coincide, por cierto, y no solo en el color con los postulados de Podemos.
La marea morada –es innegable lo bien que les salió la estrategia de movilización pública- estaba sustentada por un magma de ideas, políticas, emociones, creado también por los medios que son algo más que mediadores, y potenciado por una sociedad que se presta a las manipulaciones y que sabe explotar muy bien los sentimientos.
El magma comenzó con el manifiesto que, leído con detenimiento, era una ensalada de ideas de tal calibre que daba o pena o miedo.
Muchas de las reivindicaciones de ese Día no solo eran legítimas, sino necesarias. Se podrían poner varios ejemplos. Pero esas legítimas aspiraciones se veían difuminadas por la adherencia pastosa de determinadas actitudes. Un movimiento imparable que no permite alternativas de propuesta feminista que no encajen con los esquemas de acción revolucionaria. De esta nueva revolución feminista, la del tránsito de la lucha de clases a la lucha de sexos.
No estaría de más que lo que hemos vivido la pasada semana pudiera ser analizado, estudiado, con detenimiento, en lo que respecta a la Iglesia, que al final permanece en el imaginario colectivo como la gran rémora.
El día 8 nos dejó un amargo sabor de boca. Pensemos en la reacción a los mensajes que pretendían el acercamiento. Las pintadas en un par de templos en Madrid, las cerraduras bloqueadas con silicona a primera hora de la mañana en otros, la concentración de mujeres con el torso desnudo ante la catedral de San Sebastián y las actuaciones de grupos incontrolados en otras iglesias y catedrales, patologías de grupos desquiciados y radicales. O síntomas de algo más profundo, actitudes arraigadas que están dando forma a la identidad que, además, formula consignas y gritos irreproducibles.
Es posible que lo que se necesite sean interlocutores adecuados y un diálogo a fondo. La imagen de comprensión en el escenario está bien, pero ya se ve que donde se juega el partido es en otro terreno.
Nos hemos quedado también con el torrente de declaraciones, buscadas por los medios, de personalidades de Iglesia, manipuladas, descontextualizadas, extemporáneas, en una especie de ceremonia de confusión generalizada que ha servido, entre otros efectos, para que se destape la caja de los truenos del más rancio anticlericalismo en las derechas sociológicas e históricas.
Un magma, por tanto, que ha convertido esta legítima reivindicación en tierra quemada para la propuesta de un feminismo de raíz antropológica cristiana, que tenga repercusión social y presencia pública y mediática.
Un feminismo que existe, que no hay que inventar, y que está sostenido por el testimonio diario de cientos y miles de mujeres, cristianas y no cristianas, que reivindican sus derechos y expresan su dignidad en silencio. Voces silenciadas por una marea, por un magma, que arrastra todo a su paso.