José Luis Mendoza, in memoriam

José Luis Mendoza.

Es indudable que uno de los protagonistas destacados de la historia de la Iglesia en España ha sido José Luis Mendoza, presidente y fundador de la Universidad Católica de Murcia, y de muchas otras iniciativas en el ámbito de la educación, del deporte y de la vida social.

No seré yo quien escriba un panegírico, ni me dedique aquí a recordar sus filias y fobias, que como toda persona las tenías, aunque desde esa lucha interior que está presente en toda vida cristiana. Así las intentaba mantener controladas.

 Ni voy a lamentarme de la cantidad de susurradores, que al socaire de su poder y de su capacidad económica, se acercaron a él y le utilizaron para sus múltiples causas. Tengo la impresión que demasiado tiempo dedicó José Luis a discernir y a remediar los nefastos efectos de quienes se pegaron a él con intereses non santos.

Solo quiero recordar dos aspectos de su vida que me parecen que hay que destacar en esta hora y que son los que deja en herencia.

El primero, su fe, a prueba de bomba atómica, su fe profunda, una fe que se palpaba, que se hacía montaña.

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Una fe acrisolada por la experiencia en el Camino Neocatecumenal, probada en la misión del día a día, a prueba incluso del conocimiento de las miserias que se dan dentro de la Iglesia.

Una fe que se hizo obra y obras, que superó las dificultades que el maligno le puso para llevar adelante ese proyecto universitario hoy consolidado, y esas iniciativas punteras en el ámbito del deporte. Una fe que daba forma a su carisma.

Lo digo en serio. Alguien tenía que nombrar a José Luis Mendoza patrono de los deportistas.

Y la segunda dimensión de su vida que me gustaría poner en valor es su fidelidad a Pedro, al Papa, se llame León, Pablo, Juan Pablo, Benedicto o Francisco. Fidelidad al Papa que no quiere decir sumisión a los juegos de la política de los entornos. Fidelidad como servicio, como generosidad, como pasión por la Iglesia, a la que amaba con locura.

Como cualquier persona que ha hecho algo de relevancia en la vida, tenía amigos, muy amigos, y algunos otros que él no consideraba enemigos, pero que se presentaban como tales.

Es hora de la oración sincera por su eterno descanso, y la oración para que quienes son herederos de su obra se mantengan en esas claves de conciencia, fidelidad y servicio. Descanse en paz. Que Dios le haya premiado todo lo bueno que hizo, que fue mucho.