Dos hilos de noble bondad

Dos existencias paralelas, que chocan en el último aliento por el servicio a la comunicación de la Iglesia y de sus medios. Dos hombres distintos y distantes. Dos memorias, como si los tiempos se entretejieran con hilos nobles de bondad. Dos creyentes. Dos surcos de fecundidad.

Al cardenal John Patrick Foley, periodista de primera, deportista entusiasta, la Iglesia en España le debe, en gran medida, sus veinte últimos años de comunicación. En la memoria de ese imaginario de las ondas, que es la comunión hertziana, está inscrito el aliento que el cardenal Foley, entonces Presidente del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, dio a la comprensión de la comunicación como cultura, en detrimento de un mostrenco hábito clerical de entender la comunicación en la Iglesia y de la Iglesia instrumentalmente, al servicio del poder, de la naturaleza que sea.

Monseñor Foley vino a España en múltiples ocasiones. Salamanca, su Universidad, fue su primera morada comunicativa. Allí participó en los Congresos Internacionales de Cultura y Comunicación; allí se enraizó con la tradición de monseñor Romero de Lema, seguida por monseñor Enrique Planas, el guardián de las llaves de la memoria de lo que Monseñor Foley ha supuesto para la comunicación de la Iglesia. De Salamanca, pasando por Ávila, por Santa Teresa de Jesús, a quien tenía una profunda devoción, llegó a Madrid con el proyecto de Internet, de la RIIAL y de TMT, la primera televisión católica. Y ahí está la semilla de lo que fue, posteriormente, Popular TV y hoy Canal 13.

Con su generosa humanidad, con su fino sentido del humor, con su pasión por la Iglesia, por el Papa y por lo humano, monseñor Foley marcó un estilo comunicativo que iluminó no pocos escenarios planetarios del pontificado de Juan Pablo II. Eran famosas sus retransmisiones de las celebraciones litúrgicas del Vaticano para las grandes cadenas norteamericanas. Fue un arzobispo periodista de los de raza, de los de sabor a titular de portada, y también un periodista de la mejor escuela de Columbia, hecho arzobispo, de profunda devoción eucarística. Descanse en la paz de la comunión plena y definitiva con Dios.

El contraste de una vida pública es una pálida llama de intimidad, débil sombra. Así fue la vida de Serafín Esparza, a quien Dios le salió al encuentro con su familia en Argentina. Serafín fue el alma laboral de la mejor Editorial Católica; las humildes manos de una concepción de la dignidad de los trabajadores que se creía la Doctrina Social de la Iglesia. Fue la sonrisa oportuna para quien necesitaba una palabra de aliento; la compañía certera para quien estaba pasando un momento de dificultad.

La Editorial Católica, espada de Damocles de la Iglesia en España, pecó contra la historia cuando los tecnócratas sin escrúpulos desterraron a los hombres como Serafín Esparza de la empresa a la habían entregado su alma. Serafín fue uno de los fieles de don Ángel Herrera Oria sin que don Ángel supiera más de él que ahí estaba uno de los suyos. Ahora, Serafín se habrá encontrado ya con su mujer y con tanta gente buena, del Madrid de toda la vida, de la Editorial Católica de toda la vida, y de la humanidad de toda la vida. Entre ellos han hecho esta profesión y este mundo más habitable. En el libro que han escrito los profesores Vilamor y Martín Agudado sobre el "Ya", aún no publicado, no sé si aparece Serafín Esparza. Quizá no. Es lo mismo. Su nombre está inscrito en el libro de la cara buena de la humanidad.

José Francisco Serrano Oceja

jfsoc@ono.com

 
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