Hablemos claro sobre la confianza en la Iglesia

Sínodo de obispos.
Sínodo de obispos.

Los resultados del reciente estudio sobre la confianza de los españoles están dando mucho que hablar en lo que se concluye sobre la Iglesia y los sacerdotes.

Recordemos brevemente que, según este informe, los españoles confían en la familia, los amigos y los sanitarios. Sindicalistas, políticos, sacerdotes e “influencers” están entre los menos confiables.

El trabajo concluye que “el tríptico ciencia, medicina y tecnología se sitúan en la parte más alta del mapa de confianza, seguidos de la democracia, el Estado de derecho y el mercado. La religión presenta una pauta claramente diferencial, en el que la desconfianza es el patrón dominante”.

Un dato más, el ejército y la Iglesia católica resultan más confiables entre quienes se sitúan a la derecha ideológicamente y quienes tienen mayor religiosidad, mientras que los sindicatos son mejor valorados entre los de izquierda y los más jóvenes.

No debemos olvidar, y este no es un argumento de descargo, que, en las sociedades mediatizadas, existe un proceso generalizado de deterioro de confianza en las instituciones. Véase el caso de la democracia representativa.

La representación se ha convertido en un problema porque se supone que para que alguien nos represente, ése alguien tiene que tener una experiencia común con nosotros. Por lo tanto, debe compartir nuestro mundo vida, nuestros problemas, nuestras inquietudes. Debe incluso alentar los proyectos.

De ahí el desprestigio de la política o la ausencia de vocaciones a la política. En lo referido a la pérdida de confianza en las instituciones, no se trata solo de hablar sobre lo que técnicamente se denominan los “bad actors”, los que contribuyen a la desestabilización social, desestabilización de los órdenes de relación.

Actores que existen y se manifiestan, aunque no queramos verlos, ni queramos confrontarnos, que no enfrentarnos, a ellos. Los “bad actors” que generan desconfianza en la Iglesia en España hoy no son pocos.

El principal pudiera ser el conjunto de determinadas ideologías que están operativas y que no solo directamente, pero sí en la generación de un clima social y mediático, consideran que la Iglesia es una institución rémora.

 

Para esas ideologías, su desiderátum sobre la Iglesia, y sobre el rol social de los sacerdotes, sería convertirla en una ONG y a los sacerdotes en agentes sociales, en gestores de los problemas derivados de las consecuencias estructurales de la economía y de la política. Lo que le rechina a la ideología es la moral porque impide que la ideología se convierta en la moral de referencia.

Una moral, la cristiana, que es consecuencia lógica de una doctrina revelada que no se somete a los márgenes de su comprensión de la realidad personal y social. Lo que les rechina a los “bad actors” es la historia, la presencia, es decir, lo que contribuye a la configuración institucional.

Si con frecuencia se ha hablado de las mutaciones de lo institucional, incluso referidas a la creencia, creencia pero no pertenencia, no debemos olvidar que el deterioro de la confianza en las instituciones está relacionado con la coherencia, la transferencia y la trasparencia en el mensaje y en la acción de esas instituciones.

Coherencia, transferencia y trasparencia que, en gran medida, se adscriben a los líderes, también mediáticos, de esas instituciones. Es decir, en lo que hacen y dicen los obispos, los sacerdotes, los religiosos, los laicos con presencia en lo público. Y ojo, presencia en lo público tiene ahora cualquier persona con una cuenta en una red social.

Digamos que la cuestión de la coherencia ya está tratada en los Evangelios. No es solo una coherencia interna sino trasversal, histórica, de lógicas de discurso. Es coherencia procesual. La confianza en la sociedad, y en la democracia, se basa en lo que sustenta el contrato social.

La aceptación de la Iglesia no se basa en un contrato social sino en una aceptación de pertenencia que transciende la propia dinámica institucional, aunque no puede ser sin dinámica institucional.

Y hablando del papel de los medios, cada vez tengo más la impresión que la fascinación mediática está haciendo estragos en la Iglesia. Últimamente me encuentro, en la Iglesia, con más especialistas en comunicación y menos en periodismo, es decir, en historias de vida que sinteticen esa continuidad entre pensamiento y vida, entre lo que se dice y lo que se hace. Quizá olvidemos con frecuencia que la Iglesia es signo de contradicción.

Que la pretensión de ser aceptada socialmente, de ser asumida como viable en nuestra sociedad, olvida ese ser signo de contradicción. No se trata de montarnos en el carro de lo disruptivo, sino de vivir en la realidad para transformarla, no para asumirla y hacerla nuestra, y así mimetizarnos con el mundo.

Una última idea. ¿Cómo queremos que la sociedad tenga confianza en la Iglesia si estamos en un permanente proceso de problematización de la Iglesia? Si las noticias mayoritarias de los medios ahora, la imagen de la Iglesia, están referidas a escándalos, pederastias, auditorías, intervenciones, renuncias, ceses y demás familia.

Procesos necesarios y convenientes a largo plazo en una secuencia de purificación, de reforma. Pero que, en el corto plazo, son difíciles de amortiguar y traen no pocas consecuencias. Procesos que requieren un plus de imaginación creativa, no de destrucción creativa.

Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato