La formación de los sacerdotes

La Iglesia se juega no poco en la formación de sus sacerdotes. Bueno, no solo de los sacerdotes, también de los fieles cristianos. Por eso es importante estar atentos a todo lo que tiene que ver con la formación integral, que es más amplia que la formación intelectual, aunque no sea sin esa formación de la inteligencia.

La lectura pausada de la “Veritatis Gaudium”, Constitución apostólica del Papa Francisco sobre las Universidades y Facultades eclesiásticas, abre, sin duda, nuevos horizontes.

Una primera impresión de lectura ha sido la de encontrarse con un volcado de las ideas y conceptos marcos del pontificado en un texto que se refiere a la formación de los futuros sacerdotes y agentes de pastoral.

Es posible que este texto no proponga grandes cambios de hecho. Da la impresión que invita a un primer gran giro, el de la mentalidad, para después ir reformulándolo a través de acciones y decisiones concretas.

Ah, y algunos matices introducidos importantes de carácter técnico en comparación con la anterior normativa. Por ejemplo, si este texto hubiera estado vigente hace unos años, alguna Universidad de la Iglesia en España no hubiera podido erigirse debido a los informes de la Conferencia Episcopal, de los expertos, “especialmente de las Facultades más próximas” (art. 62).

Lo que sí se encuentra es nuevas formas en la redacción de los documentos y nuevos conceptos, traídos de ámbitos muy plurales de imaginarios culturales diversos, desde la sociología de la cultural, incluso de los estudios culturales, pasando por el multiculturalismo y una especial incidencia, al principio, en las teorías de la mediación. 

La afirmación del cambio de mentalidad, que permite, por cierto, pluralidad en las interpretaciones, viene dado por las estructuras lingüísticas, por la propuesta de sentido y por la utilización de determinados conceptos.  

Dice un párrafo: “Los estudios eclesiásticos no pueden limitarse a transmitir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, deseosos de crecer en su conciencia cristiana, conocimientos, competencias, experiencias, sino que deben adquirir la tarea urgente de elaborar herramientas intelectuales que puedan proponerse como paradigmas de acción y de pensamiento, y que sean útiles para el anuncio en un mundo marcado por el pluralismo ético-religioso”.

Herramientas culturales, paradigmas de acción y de pensamiento, laboratorio cultural, “interpretación de la performance de la realidad”, son algunos términos, elegidos a voleo, que apuntan una nueva música no siempre de significado unívoco. 

 

Un último apunte. Cada vez me gusta más algo que dijo el Papa en la Gregoriana el 10 de abril de 2014 y que recuerdo para mí cuando leo o escucho a algunos. Texto que se reproduce en esta Constitución: “El teólogo que se complace en su pensamiento completo y acabado es un mediocre. El buen teólogo y filósofo tiene un pensamiento abierto, es decir, incompleto, siempre abierto al maius de Dios y de la verdad, siempre en desarrollo, según la ley que san Vicente de Lerins describe así: “annis consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate” (Commonitorium primum, 23: PL 50,668)”.


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