Filósofo… y del Camino Neocatecumenal

Enrique Bonete.
Enrique Bonete.

No salgo aún de mi asombro. Perplejidad, pura perplejidad. Desnudar el alma, las experiencias –sean éstas positivas o negativas- que a uno le configuran, conlleva siempre una cierta y natural violencia.

Presentarse en público desde lo más profundo de uno mismo exige una seguridad poco usual, no solo porque puedan utilizar la información o porque la reacción inmediata por parte de algunos sea la incomprensión o el rechazo. 

Si ese ejercicio se convierte en testimonio, el valor pedagógico, de provocación, de incitación a la reflexión de la propuesta de la vida, desde la coherencia, puede traer grandes beneficios.

Digo todo esto a propósito del libro “El abrazo velado. Vivencia cristiana de un filósofo” de mi admirado Enrique Bonete Perales. Vivencia cristiana de un filósofo, que no vivencia de un filósofo cristiano, al menos en el título del libro.

Los lectores de Religión Confidencial conocen ya la trayectoria de publicaciones de este singular catedrático de filosofía de la Universidad de Salamanca. No hace mucho, por cierto, reseñé su libro “Con una mujer cuando llega el fin. Conversación íntima con la muerte”.

Ahora, en una práctica de asumida responsabilidad de propagación del bien, que siempre tiene que con las maravillas que Dios ha hecho con nosotros, quizá como misión, este autor nos presenta una especie de autobiografía en la que narra su vida, su trayectoria académica, sus alegrías y tristezas. Y, sobre todo, su “Hecho extraordinario”.

Ya se ve que García Morente no fue el único que vivió un Hecho extraordinario. Como le dijo su párroco salmantino a Enrique Bonete, el recordado don Andrés Fuentes, la mística también es cosa de filósofos.

Estas páginas, escritas no pocas con la fuerza de las lágrimas, son, en algunos momentos, tan estremecedoras y apasionantes como verdaderas. Claro, tengo que confesar que juego con cierta ventaja que los lectores puedan no tener, porque fui alumno en Salamanca del profesor Enrique Bonete y porque, aún en la distancia, he seguido manteniendo cierta relación con él.

Por tanto, sus gestos, su voz, resuenan en mi mente de un alumno al que este profesor no le dejó indiferente. También ocurre así con no pocos lugares de la geografía salmantina que aparecen en el libro.

 

No quiero desvelar más datos de la trama, de la urdimbre de estas confesiones. Me apasionaron las referencias al milagro de las oposiciones para profesor de Instituto, a la larga etapa de estudios en Oxford, a sus debates sobre Dios en las cenas con los compañeros del Centro de Investigaciones en Neurociencia, a las polémicas con su alumnos judíos, o a la incomprensión que sentía en un ambiente cultural de los anglicanos secularizados.

Más apasionantes si cabe son las páginas de su relación con Kiko, Carmen y el Padre Mario, o todas las referencias a su trayectoria en el Camino Neocatecumenal, que para el observador externo siempre representa una cierta incógnita, con permiso de los amigos del Camino.

Y por último, lo que me ha dejado fuera de juego es lo que dice de su familia y de su mujer, de Clara. Un filósofo, una persona que vive la locura de desentrañar, de destejer, de poner la realidad, personal, social, incluso eclesial, en cuarentena crítica, se arrodilla ante el amor de su esposa. ¿Quieren una muestra? La dedicatoria del libro:

“Dedico estas páginas a Clara, mi mujer, un regalo de Dios. Sin ella mi vida giraría sin rumbo. Cuantas más vueltas mi mente emprende y mis quehaceres y viajes me alejan de su compañía, mayor anhelo siento de volver a su lado para encontrarme envuelto en sus brazos suaves, para aquietar mi espíritu escuchando su voz. Con ella he saboreado hasta el límite la felicidad en este mundo que, en plenitud, espero, se nos concederá a ambos en la vida eterna, si la misericordia de Dios, manifestada en su amado Cristo, tiene a bien otorgárnosla”.

Por cierto el libro está editado en la BAC. La BAC, así, sin duda.

Ah, y no quiero decir, con el título de este artículo, que no sea posible ser filósofo y del Camino Neocatecumenal. Sería como afirmar que no es posible ser filósofo y cristiano.

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