Una fiesta gitana en el cielo

Decían que Valencia tenía su Madre Teresa de Calcuta. Y era verdad. Cada mes de agosto, recorría los barrios marginales del Turia en búsqueda de niños a los que los padres no querían escolarizar.

Les ofrecía lo mejor que tenía, una escuela, que llamaba centro CAE, de atención especial; comida diaria y el afecto que nace de conjugar el Evangelio en la formas verbales del querer y del creer. Durante muchos años habían sido los niños gitanos sus preferidos; ahora lo eran los que procedían de la inmigración ilegal. Así  vivía la Madre Gertrudis, Francisca Rol Sánchez en su vida civil.

            El pasado jueves sus hermanas de la Congregación de las Madres Desamparados y San José de la  Montaña se extrañaron de que la Madre Gertrudis no hubiera aparecido en la capilla, como todos los días. Pasaban los minutos y su ausencia comenzaba a ser sospechosa. El día anterior, la superiora le había dicho que la notaba cansada y que le convenía acostarse pronto. Todo hacía sospechar que, como era habitual en ella, su nervio le había impedido seguir la regla de la obediencia.

            Cuando fueron a su habitación, la Madre Gertrudis se había ido al encuentro del Padre. Como solía decir ella, la Majarí Calí, su Virgen Gitana, le había hecho un guiño de eternidad, de amor infinito, y se la había llevado con ella. La Madre Gertrudis, de 84 años extenuantes, apurados hasta la última gota, se había encontrado con ese Dios “que nunca se queda con nada y que lo da todo”, como ella solía repetir. Su alma, esa fuerza inexplicable que hacía posible su tesón y su empeño de servicio y generosidad siempre heroicas, había cambiado de registro y se había introducido en la dimensión de la plenitud y de la felicidad eternas. Ésa era la imagen que reflejaba su rostro dentro del sencillo féretro mortuorio.

            Valencia, y la Iglesia en Valencia, ya no será la misma sin la Madre Gertrudis, directora del Colegio Madre Petra de Torrente. La comunidad gitana de Valencia, a la que había entregado más de cuarenta años de su vida, ya no será la misma. El Colegio Madre Petra de niños gitanos y marginados ya no será el mismo. Ahora será el Colegio Madre Gertrudis. Porque el testamento de la monja de los niños gitanos es el testimonio del Evangelio en estado puro; de la caridad de Dios que miraba a los ojos y con la mirada no tenía que añadir palabra.

            La Madre Gertrudis se habrá encontrado con su Pelé, el santo al que tenía una devoción especial. Y entre los dos habrán montado en el cielo una fiesta gitana que habrá hecho las delicias de los santos y de los ángeles.  Y como decía un gitano a la salida del funeral de la Madre, como así la llamaba, habrán tenido no pocos que tener cuidado con sus carteras. La Madre Gertrudis sabía cómo sacar el dinero de los bolsillos sin que el propietario se diera cuenta. Utilizaba siempre las mañas del corazón, y nunca le fallaban.

 

 

                                               José Francisco Serrano Oceja 

 


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