Lo que le faltaba a la Iglesia en España

Seminaristas.
Seminaristas.

Cuando redacto esta columna, el martes por la noche, la Conferencia Episcopal solo había colgado los datos generales de seminaristas en el curso 19-20. Y punto.

En años anteriores, junto a estos datos generales sí ahora ofrecidos, venía una larga tabla, diócesis por diócesis, con los nuevos ingresos, los abandonos, las ordenaciones, incluso los traslados.  ¿Qué ha pasado para que este año no haya ocurrido así?

Encontré con facilidad los detallados de otros cursos, pero no los de éste. Quizá no sepa buscar.

Podemos imaginar que no ha dado tiempo a procesar los números. Un trabajo, al fin y al cabo, mecánico y rutinario.

También podemos pensar que no se quiere concretar más porque los resultados son sorprendentes por el descenso de seminaristas, de nuevos ingresos, especialmente en algunas diócesis.

Conozco una que, hace no muchos años, presentaba un floreciente Seminario y ahora está a punto de colocar el cartel de “Cerrado hasta nuevo aviso” con un sorprendente movimiento de entradas y salidas como si fuera hora punta en el metro. 

Y lo que nos faltaba es que esta situación acelere esa especie perniciosa que circula por ahí sobre si hay que cerrar Seminarios en España, unificar centros, crear macroseminarios en los que sea más fácil el control de lo que se enseña y se dice. Otra vez con los modelos sacerdotales, como si el modelo no fuera uno y único, Jesucristo.  

Pero vayamos a comparar datos. Partamos de los del curso pasado, por cierto que nos faltan los del actual 20-21.

Los del curso 19-20 son 1.128 seminaristas en España y los nuevos ingresos, 208.

 

Cuando llegó el Papa Francisco, en 13 de marzo de 2013, los seminaristas eran 1.307 y los de nuevo ingreso, 295.

El año en que murió Juan Pablo II, 2 de abril de 2005, el número de seminaristas era 1.524 y los nuevos ingresos 281.

No sigo hacia atrás.

Saquen ustedes las cuentas, las proporciones. Sé que hay otros factores, pero la tendencia general no es buena. Si no hay seminaristas, no habrá sacerdotes.

Esto quiere decir que, en este momento, en el que vivimos bajo los efectos de la pandemia, en el que la vida de la Iglesia se ha ralentizado hasta extremos insospechados, en el que la presión externa, política, social, es agresiva y oprimente, en el que de nuevo afloran diversas concepciones del ministerio, en el que no cesan las noticias de escándalos relacionados con la Iglesia, en el que las parroquias están a medio gas y no pocas de ellas con serios problemas económicos, en el que se está produciendo un cambio, lento, premioso del episcopado español, en el que no pocos sacerdotes están o agotados o desilusionados, en el que casi se anuncia un final de pontificado, en este momento, en este preciso momento, ahora, la Iglesia en España apunta a una crisis vocacional como no se vivía otra desde finales de los setenta.

¿Qué van a hacer? ¿Qué se va a hacer? Al fin y al cabo, querámoslo o no, las vocaciones no nacen del aire, brotan en familias con ideas claras y en comunidades vivas, ilusionadas y esperanzadas.

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