El experimento de don Marcelo

Días atrás se celebró el aniversario decimotercero de la muerte del que fuera arzobispo de Toledo, el cardenal Marcelo González Martín. Grande ha tenido que ser la huella que ha dejado este cardenal de la Iglesia, clave en la época de la Transición reciente, -bueno, en las transiciones políticas y eclesiales-, para que aún hoy se le recuerde año tras año, y no solo en Toledo.

Tampoco solo por sus amigos, deudores, o por los nostálgicos de siempre, algunos de ellos empeñados en hacer comparaciones implícitas. También por los estudiosos de un período cercano, y en cierto sentido, lejano ya por el perfil de quienes fueron sus protagonistas.

No hace muchos días me hablaban del importante número de ingresos de nuevos alumnos en el seminario de Toledo para este nuevo curso. Coincidió en esos días con la citada efeméride y con una curiosa carta pastoral escrita por el obispo Prelado de Moyabamba, monseñor Rafael Escudero, iglesia con la que Toledo tiene vínculos muy estrechos. Una carta en la que se cuenta una historia que aún hoy nos debe aleccionar.

Escribe don Rafael que “durante los años posconciliares el descenso de las vocaciones, en la mayoría de las diócesis españolas, era una triste realidad. Cuando llegó Don Marcelo a Toledo había 22 seminaristas mayores. Fueron años, vocacionalmente hablando, difíciles, que se reflejaron en la escasez de ordenaciones. Los esfuerzos del nuevo
arzobispo por restaurar la disciplina, la normativa, el espíritu de estudios serio, la espiritualidad y el sentido de responsabilidad en el Seminario fueron difíciles, pero decisivos”.

A las ideas de contexto, añade el autor de esta misiva su experiencia personal. Dice así: “Yo conocí personalmente a Don Marcelo cuando ingresé en el seminario menor de Santo Tomas de Villanueva para realizar los estudios de bachillerato en el año 1979; el año siguiente recibía de sus manos el sacramento de la Confirmación.

Cuando comencé los estudios filosóficos el año 1983, ya en el Seminario Mayor de San Ildefonso, había 101 seminaristas. Casi no cabíamos en el antiguo edificio y la cosa se puso más seria cuando el año 1986 éramos 131. Recuerdo que, cuando llegamos en septiembre para comenzar el curso, nos encontramos con las habitaciones más grandes divididas en dos, para podernos albergar a todos. Eran los entrañables nichos del “pasillo del olvido”. El año de mi ordenación sacerdotal, 1989, éramos 191, sólo en el edifico de San Ildefonso”.

Don Marcelo escribió una famosa carta pastoral, “Un seminario nuevo y libre”, que marcó su historia. Precisamente quienes en aquella época criticaban al seminario de Toledo, el de don Marcelo, hoy, cuando hacen números de seminaristas y sacerdotes, admiran la Iglesia, y la cantidad de sacerdotes, que dejó don Marcelo.

Quizá por algo sencillo, como dice el obispo de Moyabamba: “En el seminario se cultivaba todo lo que favorece el desarrollo de las virtudes especificas y singulares del futuro sacerdote: la oración personal y litúrgica, el silencio, la profunda piedad eucarística, el culto y la devoción a la Madre de los sacerdotes, la obediencia amorosa a los pastores, la fraternidad sincera, la castidad y la pureza de costumbres, el empeño de elevar el nivel de la formación académica, el contacto con las parroquias y los movimientos eclesiales…”.

Como para hacer ahora experimentos…

 
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