El ethos del cardenal Ricardo Blázquez

La reciente celebración eucarística de acción de gracias en las bodas de oro sacerdotales del cardenal Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal, nos ha dejado dos textos que no hay que perder de vista en los momentos actuales de la Iglesia en España. No sólo por lo que dicen, sino por quién dice lo que dice y por lo que no dicen. Un ejercicio puro de hermenéutica.

El primero es la larga carta que el Papa Francisco ha enviado para la efeméride. En esta semana en la que se celebra la Comisión Permanente –de alto voltaje según su marcada agenda- previa a las elecciones a Presidente de la Conferencia Episcopal, leer el sinceramente agradecido mensaje del Papa Francisco por el ministerio de don Ricardo produce serenidad. Y calma.  El cardenal Blázquez sigue siendo un candidato muy a tener en cuenta como Presidente de la Conferencia.  En la citada misiva papal hay argumentos de sobra para la reelección.

Pero la clave está en la homilía que el arzobispo de Valladolid pronunció en la Eucaristía. Un texto que expresa con claridad cómo es este cardenal de la Iglesia, nacido en un pueblecito de Ávila, cuya vida ha transcurrido entre el pensar a la Iglesia y el sentir de misiones nada fáciles. Una homilía que trasluce la forma de ser de don Ricardo, su “ethos”, su carácter. Una homilía de profunda raíz patrística, muy marcada por la teología de san Agustín y por su comprensión de la Iglesia pobre y servidora.

No olvidemos que don Ricardo, una vez que fuera obispo auxiliar del cardenal Rouco Varela en Santiago de Compostela, ha pasado por una serie de continuas “patatas calientes” episcopales. Se ha forjado, en su ministerio, desde la adversidad. Aunque este sea un capítulo que quiera pasar de largo, tanto en su reciente libro, memoria agradecida, como en su homilía.

Dice don Ricardo en la celebración de la eucaristía, diocesana y solo diocesana, por cierto, que “la discusión sobre el poder, el dinero y los honores acecha siempre a los discípulos de Jesús, olvidando que el camino de su Señor culmina en la gloria pero pasa por la cruz. La autoridad en la Iglesia no es poder según los criterios del mundo sino servicio según el estilo de Jesús. Nuestra dignidad no consiste en dominar sino en servir a la comunidad cristiana y a los necesitados”. 

 
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