Don Javier Martínez y “el caso Granada”

Mons. Francisco Javier Martínez, arzobispo de Granada.
Mons. Francisco Javier Martínez, arzobispo de Granada.

He dejado correr unos días, con espíritu ranchero, para ver cómo evolucionaban las interpretaciones sobre “el caso Granada”, es decir, sobre el nombramiento de un arzobispo coadjutor para esa Iglesia. 

Nada nuevo bajo el sol en cuanto a la hermenéutica. Lo previsible. De la sorpresa a la sospecha, de la indiferencia a quienes aprovechan la mínima oportunidad para sacar a pasear sus demonios familiares.

Esto de los obispos y los arzobispos coadjutores, en la tradición eclesial, no tiene buena digestión. Perdonen la referencia escatológica, pero en el argot, entre bromas y algo más, a esta figura del obispo coadjutor se le denomina históricamente “el supositorio”.

Lo primero que hay que aclarar, por mor de la verdad, es que quien pidió la medicina fue el que sigue siendo arzobispo de Granada, es decir, monseñor Javier Martínez. Como tengo un particular afecto, no escondido, a este arzobispo, no me prodigaré en detalles. Afecto que, creo, no me impide ver la parte llena y la vacía de la botella. Aclaro, hace años que no hablo con don Javier.

Don Javier consideró, en un momento término de su ministerio, que lo mejor para la diócesis era un arzobispo coadjutor con derecho a sucesión y como tal lo solicitó en la instancia competente. Por lo tanto, decaigan las campañas basadas en golpes de timón romanos, intervención pontificia, mazazo desde arriba, sinodalidad inversa, Almería bis y demás cantinelas.

Otra cuestión es considerar en qué pensaba don Javier sobre el final del proceso cuando lo inició. Imaginar que pudiera tutelarlo, que tendría una especial capacidad para apuntar nombres y hombres, que estaba acordado, o que se iban a imponer solo los parámetros establecidos por la realidad diocesana, parece una ingenuidad que no encaja con la parte actora.

Al final, el coadjutor nombrado por el Papa es monseñor José María Gil Tamayo, que tiene a Ávila como una línea en su currículum. Quien, por cierto, se comenta que estaba destinado no a Granada sino a Valencia. Misterio añadido al entramado de lo humano. O por decirlo en forma evangélica, nada hay oculto que no llegue a revelarse. 

Después están los análisis no sobre el proceso, sino sobre las causas y motivos del nombramiento. Es decir, sobre la situación de esa diócesis.

Que hay descontento en una parte del clero, pequeña, mediana, grande, nada nuevo. Anda que en otras diócesis no lo hay y no se precipita ningún proceso.

 

Que hay una economía de déficit, incluso una economía y una curia paralela. Me consta que aunque haya déficit, después de un momento de crisis provocado por factores exógenos, las cuentas estaban funcionando y no había riesgos especiales. Las cuentas se habían mirado con lupa cuasi-auditora, que ahora esto está de moda.

En eso de los dineros, desde la obligada prudencia en la gestión que se exige a un gestor, como un buen padre de familia que dice el Código, empiezo a pensar que hay un sesgo de análisis generalizado. La deuda está en función, no de la mala gestión, sino de lo que se ha hecho y de los réditos que debiera producir o produce lo que se ha hecho. Lo que hay que medir es el proceso en su conjunto. Lo dramático de las situaciones económicas es que haya deuda, se ponga en riesgo la economía, y no se haya hecho nada. Por tanto, que no haya caja o cajas.

Que Javier Martínez es una singularidad tal que la personalidad supera y traspasa a la persona, no lo dudo, prima su personalidad intelectual, cultural, teológica. Su personalidad está regida por una permanente inquietud, que no le permite estar parado ni un minuto y por un ejercicio de libertad que le ha hecho pisar más de un charco, allí por donde ha pasado. Esto es una evidencia de toda evidencia.

Que no se ha relacionado con el clero, al examen de conciencia. Entonces, ¿con quién se ha relacionado? ¿Con los suyos solo? Penitencia que lleva. Este tipo de argumentos, por cierto, se pueden utilizar pero no demostrar fácilmente. 

Que hay que haber leído mucho a don Javier Martínez, y que hay que haber hablado mucho con don Javier, para poder entenderlo a veces, así es. Y comprendo que no todo el mundo ha podido tener esa oportunidad.

Que hay un Martínez que no se conoce, -Martínez es la forma habitual de referirse a él por sus amigos-, por ejemplo, que carga sobre sus hombros a un drogadicto que está abandonado en la calle para salvarle la vida, también.

Que la genialidad en no pocas ocasiones puede con el personaje, no lo dudo. Pero ojo, de casos así está llena la historia de la Iglesia. Y ciertamente da la impresión de que es preferible que sea así que no estemos en la irrelevancia más absoluta.

Hablando de genialidades y proyectos de monseñor Martínez. ¿Conocen ustedes Alfa y Omega? Una genialidad de don Javier. Sin él no hubiera existido, él la ideó, pergeñó y dio forma. ¿Fue un proyecto gravoso, lo es? Ahí está desde aquellos inicios románticos, primigenios.

Por cierto, de “francisquista” a don Javier Martínez nadie le puede reprochar nada. Es muy fácil sacar pecho en esto y no haber tenido que tomar una decisión dramática nunca para mostrar en qué consiste eso del francisquismo de verdad. ¿O quieren que les hable del caso Amoris Laetitia y de sus consecuencias sobre personas?

Como comprenderán, no voy  a dejar de pasar la oportunidad para constatar un dato de lo que ha hecho don Javier Martínez en Granada que me parece relevante. Sé que es minoritario y que, incluso, para algunos no es una prioridad en este contexto de percibida anti-intelectualidad en parte de la Iglesia.

La Editorial Nuevo Inicio por él fundada, en la teología y la cultura católicas de habla hispana, no tiene parangón. Quedará para la historia y hará historia. No solo porque ha traído a nuestro mundo lo mejor de algunas de las corrientes teológicas punteras del eje anglosajón, sino porque ha sabido acercar a pensadores no publicados aún, por ejemplo, a McIntyre, o literatos, Bernanos, que debieran estar más presentes en la Iglesia en España.

El último comentario introductorio al “Dimas, el ladrón” de Guillermo Rovirosa de don Javier es lo mejor que he leído en mucho tiempo. Y no me tiren de la lengua sobre el catolicismo liberal y burgués que impregna la conciencia actual del cristianismo patrio y no solo en la base social.

Esto significa que quien no ha hecho nada en su diócesis, que esté tranquilo, que no va a tener ningún problema. Ni ha gastado dinero, ni ha removido conciencias, ni ha inquietado posaderas, ni se ha ganado amigos y enemigos. También ocurre, en parte, con quien se suma al carro de la historia, hace lo que todo el mundo y nada más que lo que todo el mundo, y mañana será otro día.

No es verdad que quien no haga nada no va a tener problemas. Los tendrá en la tensión de la tesorería divina y humana.

Pero ay del que se le ocurra tener una idea, un proyecto, marcar la diferencia, salirse del mínimo común denominador.

Puedo discutir que una cosa es tener un proyecto y otra saber cómo llevarlo a cabo. Pero lo que pido es que, a la hora de analizar la botella, no cerremos los ojos a lo que está lleno y nos quedemos solo con lo vacío.

Para terminar, abro la crónica rosa. Conozco a don Javier desde hace 36 años aproximadamente. Mi querido don Juan Antonio del Val Gallo le invitó a dar un seminario sobre los padres de la Iglesia. Decía de él que era uno de los obispos jóvenes españoles que había que tener más en cuenta. Entonces monseñor Martínez me fascinó. Tiempo después, don Javier fue causa remota, como causa primera, de lo que cambió mi vida. Pero esta historia es propia de una tertulia. 

Por último. Suerte al arzobispo coadjutor, que la va a necesitar. Seguro que la gracia de don Antonio Montero, granadino en esencia y existencia, le llegará regada y regalada desde el cielo.

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