El discurso en la Conferencia Episcopal

El presidente del gobierno, Albert Rivera, llegó a la sede de la Conferencia Episcopal Española pasadas las diez de la mañana. Allí le espera el presidente de este organismo, junto con los miembros del Comité Ejecutivo. Una vez que Rivera visitó la capilla con los mosaicos de Marko I. Rupnik, se trasladó a la sala del Plenario donde fue recibido con aplausos por los obispos presentes en el aula.

Albert Rivera, acompañado de su vicepresidente José Manuel Villegas, escuchó con mucha atención las palabras de acogida del presidente de la Conferencia en nombre de los obispos españoles. Concluida esta presentación, el presidente del Gobierno se dirigió a los obispos en los siguientes términos, que resumimos por la larga extensión del discurso pronunciado:

“Agradezco mucho al señor obispo de Ciudad Rodrigo sus palabras, agradezco a la Conferencia de Obispos de España esta invitación a hablar.   

Para encontrarnos aquí esta noche, monseñor, nosotros, usted y yo, desafiamos a los escépticos de cada lado. Y si lo hicimos, es sin duda porque compartimos un sentimiento confuso de que el vínculo entre la Iglesia y el Estado se ha deteriorado, y que es importante repararlo.

Para esto, no hay otro camino que un diálogo en verdad.

Este diálogo es indispensable, y si tuviera que resumir mi punto de vista diría que una Iglesia que pretende ser indiferente a las cuestiones temporales no llegaría a la plenitud de su vocación; y que un presidente que afirma desinteresarse en la Iglesia y los católicos, fracasaría en su deber.

Diciendo eso, no estoy equivocado. Si los católicos querían servir y hacer crecer a España, no es solo en nombre de los ideales humanistas. No en el nombre de una moralidad judeocristiana secularizada. Sino porque son impulsados por su fe en Dios y por su práctica religiosa. Soy el garante de la libertad de creer y no creer, pero no soy ni el inventor ni el promotor de una religión estatal que sustituya a la trascendencia divina por un credo republicano.

Cegarme deliberadamente a la dimensión espiritual de los católicos en su vida moral, intelectual, familiar, profesional y social sería condenarme a tener una visión parcial de España; sería ignorar el país, su historia, sus ciudadanos; influido por la indiferencia, claudicaría en mi misión…”

Y, en ese momento, me desperté.

 

El discurso no era de Albert Rivera, sino del Presidente Francés, Emmanuel Macron. Lo había leído a última hora de la noche. Pensé que no había en España un político que fuera capaz de hacer un discurso como el que pronunció, en la laica Francia, su jefe de Estado hace unos días.

Y por eso soñé con un día en que…

Pero los sueños, sueños son.


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