Mi dinero para el misionero

Estuve en la presentación de la Memoria justificativa de actividades del ejercicio 20102 de la Conferencia Episcopal. Lo que venía siendo un Informe que hay que entregar preceptivamente al Gobierno se ha convertido en un ejercicio de transparencia, que ya quisieran para sí no pocas de las administraciones pública.  Distinción sin confusión, presupuestos, realizado, memoria, la propuesta cristiana y el principio de encarnación, aunque Dios no juegue a los dados.

            Pero no requiero referirme a los datos, explicados por los medios de comunicación estos días, sino al acto de presentación. Ya se ve que la dinámica está marcada por la Televisión, en este caso Canal 13, y las que fueron a dar cuenta de lo que allí ocurría, dado que condicionan las características formales, los tempos, la pauta, los estilos de este tipo de presentaciones y representaciones sociales. Más allá de algunas cuestiones formales referidas a los presentadores y al guión –en la Iglesia sigue pesando la palabra y el discurso, y un lenguaje que se me antoja difícil a los no iniciados-, con lo que me quedo, sin lugar a dudas, es con el misionero.

            Sí, tuvo que llegar un misionero de, si no mal recuerdo, Burgos, que había sido profesor de matemáticas, y que se fue un día a pasar una temporada con una ONG a la Américas, y allí le salió al encuentro el Señor. El misionero, que parecía un espíritu puro, incluso por su delgadez física, pero que cuando se puso a hablar palpamos tenía los pies más metidos en la tierra, y en el barro, que quienes hacen las zanjas en invierno.

            El misionero, Luis Alfonso Tapia, creo que se llama, no hizo más que sacarnos del lúgubre sopor de nuestros egos, y de nuestra circunstancia vital, y llevarnos a la realidad de una Iglesia que siempre se conjugar con el verbo dar en presente continuo.

Si no mal recuerdo, le preguntaron por la Iglesia de allí y la Iglesia de aquí, y ofreció una de las explicaciones teológicas más profundas, con el lenguaje y las ideas más claras, que he oído en mucho tiempo sobre lo que significa ser “católico”. Al final, pensé que el misionero no era distinto del cura joven, o de los voluntarios, pero que había sabido explicar mejor, porque estaba más lejos de lo que ocurre aquí y se daba cuenta de lo que nos pasa. Eso, lo que nos pasa que, hablando de perspectiva, a modo Orteguiano, lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa.

            Excepto el misionero, que sí sabe lo que le pasa y nos pasa. Con el misionero, podemos. 

Por tanto, mi dinero del IRPF, en este año, señor ministro de Hacienda, para el misionero que habló en la gala de presentación de la memoria justificativa de actividades de la Conferencia Episcopal.

José Francisco Serrano Oceja


 
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