El descargo de ciencia del cardenal Müller

Al fin ha llegado a las liberarías españolas el libro del cardenal Gerhard L. Müller sobre el papado, para ser más exactos, sobre el Papa. No sobre este Papa sino sobre los Papas. Su título, “El Papa, misión y contenido”; la editorial, BAC, de la Conferencia Episcopal Española. 

Lo primero que sorprende del libro es su precio. No una, varias personas me han comentado esta complicada condición de ingreso a la ciencia y a la conciencia del cardenal Müller. No es ciertamente un libro de pocas páginas, pero, siendo de una colección de tapa blanda incluso, parece que el precio de venta al público es excesivo. Ya sabemos que la BAC edita bien, pero el libro, para el mercado, es de los caros (44€).

La primera impresión, a medida que avanzo en su lectura, está referida a la perceptible necesidad del cardenal Müller, en su época de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe -porque el libro está hecho y firmado aún siendo Prefecto-, de reflexionar sobre la naturaleza del ejercicio del ministerio petrino, sobre su fundamentación teológica, sobre su curso histórico. Diría que el cardenal  Müller ha cogido la pluma y se ha puesto a ordenar sus ideas, a clarificar sus ideas en plan descargo de ciencia no solo de conciencia.

Contenido, carácter, lenguaje y argumentación teológica, al que le ha añadido un pórtico inicial a caballo entre el ensayo y las memorias. Nos encontramos, por tanto, en la primera parte del libro, en las cien primeras páginas, con una autobiografía del cardenal Müller, un hombre formado en una familia católica, educado en un catolicismo clásico alemán, ahormado en el postconcilio, -sin muchos detalles concretos-, y con algunas experiencias curiosas como puede ser su relación con Gustavo Gutiérrez, su etapa liberacionista latinoamericana.

Hay párrafos que bien merecen, en estas páginas iniciales, una doble lectura. Por ejemplo, el que habla sobre su concepción del sacerdocio. Dice así: “Yo no concebía el sacerdocio católico de un modo secularizado ni reducía al sacerdote a una especie de liberado de una asociación religioso-social, según una interpretación del concilio tan difundida como incorrecta y dañina para la Iglesia y la identidad teológica y espiritual de millares de sacerdotes y alumnos. Gracias a los modélicos sacerdotes que había encontrado en la comunidad y en el colegio y a lo que había leído sobre este tema hasta aquel momento, no necesité forjarme una imagen propia del sacerdote combinando piezas distintas ni dejé que teólogos autodenominados “progresistas” me desmontasen la imagen clásica del sacerdote”.

O ese otro en el que reflexiona sobre los enfrentamientos ideológicos entre conservadores y liberales en la Iglesia, “que paralizan la vida y la misión de la Iglesia”, y que “se debe superar. Francisco previene de continuo contra un estilo de vida mundano de los cristianos y la acomodación de la Iglesia al mundo, como si la Iglesia de Dios fuese una mera organización de ayuda espiritual y humanitaria junto a otras muchas”.

Un libro que da mucho juego y que merece una atenta lectura. 


 
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