El cura de “Patria”

La novela “Patria”, de Fernando Aramburu, se ha convertido en uno de los fenómenos culturales indiscutibles de este año en España. Casi un lugar obligado de paso, y de lectura.

Las cifras recientes ofrecidas por los editores dan buena cuenta de la magnitud del éxito de esta novela: desde el pasado 6 de septiembre que salió a la venta hasta el 7 de mayo llevaba vendidos, según Nielsen, 252.512 ejemplares en 18 ediciones. Pero ya se habla, con la feria del libro avanzada, de unos 300.000.

El argumento es bien sabido por todos: la historia de dos familias vascas, un asesinato de ETA, el clima abrasador de la ideología abertxale, el oprobio del silencio social, la exclusión, y, cómo no, el papel de la religiosidad y del clero vasco.

Y ahí nos encontramos con la figura de don Serapio, el cura de la localidad, que cada vez que aparece en escena produce repulsa. Un perfil sacerdotal que, en la percepción de los lectores de esta novela, ofrece una imagen reduccionista del clero vasco ante el cuestión de la violencia de ETA y de la ideología que la ampara.

No se trata de negar que existieran don Serapios por doquier del territorio vasco y navarro. Claro que sí. Pero también existieron otros sacerdotes que representaban otra Iglesia distinta de la que asumió los postulados de un nacionalismo radical, los amparó, incluso en sus locales, y los legitimaba socialmente desde el púlpito.

De hecho, el don Serapio de “Patria” es la antítesis de documento “Valoración moral del terrorismo, de sus causas y de sus consecuencias”, texto que marcó un antes y un después de las relaciones entre Iglesia, obispos y ETA.

Aunque quizá los obispos españoles hicieron también ese texto porque existían don Serapios que decían, por ejemplo, que “la lucha armada ha golpeado con dureza a nuestro pueblo, como también no debemos olvidarlo, algunas actuaciones de las fuerzas de seguridad del Estado”.

O “Aquí ha habido represión…”. O aquella terrible conversación con la madre del etarra encarcelado, en la que le dice: “Quítate las dudas y los remordimientos de la cabeza. Esta lucha nuestra, la mía en la parroquia, la tuya en casa, sirviendo a tu familia, y la de Joxe Mari dondequiera que esté, es la lucha de un pueblo en su legítima aspiración a decidir su destino. Es la lucha de David contra Goliat, de la que yo os he hablado muchas veces en misa…”.

Y así podríamos seguir con una docena de citas más. Y con referencia añadida no a don Serapio, sino al obispo de la diócesis de don Serapio en la novela.

 

La pregunta sigue siendo la misma. Para los lectores de “Patria”, para quienes van a leer esa novela, la Iglesia en el País Vasco estaba del lugar de los victimarios, de los asesinos, y no de las víctimas.  Pero esa no es toda la verdad. 

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