La confesión en España

La novedad del Papa Francisco también está en su capacidad para poner en valor algunas temáticas que, en la Iglesia, habían pasado al plano de lo supuesto y presupuesto. En este sentido, el Papa, en su oferta de regeneración de la vida de los cristianos, no da por supuesto nada. O quizá se pueda pensar que el problema de la vida cristiana son los “supuestos”, los implícitos, que no son tales, y que lastran la fecundidad de la presencia de la gracia.

            Pongamos como ejemplo el sacramento de la confesión, que ahora ha pasado a convertirse en titulares de portada gracias a las intervenciones del Papa Francisco. Y, en no menor medida, durante estos días, ese protagonismo ha sido potenciado por la iniciativa genial del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, que ha remitido una carta a todos los obispos de todo el mundo para que, a partir de las cinco de la tarde del próximo viernes 28 de marzo durante 24 horas, al menos una iglesia en cada diócesis esté abierta con confesores esperando a que los fieles se acerquen.

Cuando escribo estas líneas, el miércoles por la mañana, sólo he encontrado cuatro diócesis españolas que hayan hecho público el nombre de la Iglesia que albergará esta iniciativa. Habrá que esperar.

            Comentan que cuando monseñor Rino Fisichella le presentó la Papa la actividad, éste se entusiasmó con la idea. En la Audiencia del pasado 19 de febrero, Francisco había preguntado a los files de la Plaza de san Pedro: “¿Cuánto tiempo hace que no te confiesas? Dos días, dos semanas, dos años, veinte años, cuarenta años. Si hace muchos años que no te confiesas, no tardes un día más, Jesucristo te perdonará”.

El teólogo José Antonio Sayés acaba de publicar un pequeño, pero delicioso libro, titulado “El sacramento de la penitencia”, en el que además de recordar la enseñanza de la Iglesia sobre este sacramento, vuelca no poca de su experiencia como sacerdote. En el prólogo señala que “hay diócesis en España en las que, con la costumbre de las absoluciones colectivas, se ha olvidado prácticamente la confesión”.

A este diagnóstico hay que añadir las “nuevas fórmulas” como la de que se acerque el penitente en silencio, después del examen de conciencia, y sin confesar los pecados, reciba del sacerdote, después de un momento de silencio, la absolución. Prácticas que desorientan a los files y contribuyen al desconcierto y a una devaluación del sacramento.

            Con el sacramento de la reconciliación, el cristiano goza de la misericordia de Dios. Concluye J. A. Sayés su libro con una anécdota: “Predicando en una Iglesia, hablé del perdón de Dios y dije que nuestro Dios goza perdonando. Después me buscó una señora que quería confesarse de un pecado que yo diría que era satánico. Y creía en la existencia del infierno. Y en ello estaba. Pero, cualquier cosa con tal de no confesar ese pecado. Se tapó la cara porque no quería que le mirara. Cuando le di la absolución y le dije que ese pecado ya no existía, se echó a llorar y le puede mirar a la cara. Solo por eso ya merece la pena ser cura”.

                                   José Francisco Serrano Oceja


 
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