Cómo presionar a un Papa para …

Mons. Luis Ladaria.
Mons. Luis Ladaria.

… que cambie la doctrina. Manual sobre cómo presionar a un Papa para que cambie, modifique, adapte, interprete, la doctrina de la Iglesia. ¿Puede? A propósito de la Nota de la Congregación para la Doctrina de la fe sobre la bendición a parejas de personas del mismo sexo, que ha convertido, por cierto, al jesuita cardenal Ladaria en el malo de la película. Vamos a sintetizar una serie de procesos que se han desencadenado para que el papa modifique su placet, visto bueno o lo que sea.  

Sobre el proceso. El proceso es el caso, que diría un marxista. Lo que existe es la Nota con la respuesta al dubia –esos dubias…-. Lo demás son rumores, interpretaciones. Que si el Papa lo ha firmado, pero no lo quería firmar, que si tal o cual cardenal estaba en contra, que si… No hay informaciones y no sé si las habrá. Si el Papa no lo quiere, ¿quién lo quiere?, ¿la curia?, ¿las fuerzas reaccionarias? Dialéctica neomarxista en la Iglesia, comprensión del conflicto como criterio de evolución y progreso. Chau, chau comunión…

Lo que sí conocemos son las declaraciones de destacados prelados en contra de la Nota. Por cierto, mayoritariamente del mundo centro europeo y norteamericano. A  lo españoles ni se les espera, ni para criticarla ni para defenderla. Los africanos, no sé, están en lo básico humano quizá.

Sobre el lenguaje. De las reacciones me gustaría destacar el tipo de argumentación, definámosla “emotivista” y “positivista”, cargada de evidencias, destinada a crear efecto en la opinión pública. Una madre nunca se negaría a bendecir a sus hijos. Vale, de acuerdo, evidente. Si se niega es mala madre. Si no se niega es buena.

Ya en sí es genérico el argumento porque lo que no se aclara es lo qué está en juego en la bendición, desde su naturaleza misma a sus consecuencias. Bendecir a sus hijos es una tautología porque los hijos ya son una bendición. Pero ninguna madre bendeciría, por el propio bien de los hijos, determinadas actuaciones.

Se utiliza un lenguaje de cara a la opinión pública al margen de los conceptos apropiados que se deben manejar en este tipo de cuestiones, incluso a la hora de intentar una pedagogía pública. 

Es decir, si lo que se hace va por un camino, y lo que se dice normativamente va por otro, al final, la norma se cambia por la vía de los hechos, excepto si alguien se le ocurre recordar la norma con texto. Todo va bien, mientras que a alguien no se le ocurra recordar por escrito lo de que debe ser para que no de pie –dialéctica- a decir que la vigencia está establecida y actualizada. La mejor estrategia de todo cambio siempre es salir desde el punto de partida de la ambigüedad.

Hay quien ha dicho que se avergüenzan de su Iglesia. Esto me parece grave porque nunca uno se avergüenza de su madre. No sé si han dicho de su Iglesia o de esta Iglesia. Ojo con este tipo de afirmaciones. ¿Qué pasaría si lo dijera un seminarista? Que nunca se ordenaría. ¿Y si lo dijera un importante párroco? Que no sé cuánto debiera durar en su puesto. Y si algunos fieles dijeran que se avergüenzan de sus obispos, o de los obispos que dicen estas cosas, ¿qué pasaría?

Sobre el fondo. No hace falta leer al profesor de teología Karl-Heinz Menke en su “¿La verdad nos hace libres o la libertad nos hace verdaderos? Una controversia”(Didáskalos) –recomiendo vivamente leer este libro, aunque no siempre sea sencillo- para darnos cuenta que nos estamos confrontando con la realidad de dos paradigmas en la Iglesia. El paradigma de la evolución de la doctrina desde la historia, los tiempos, y el paradigma de la comprensión desde el núcleo de la narrativa doctrinal. Jolín –que mi amigo don Joaquín no me deja decir tacos en los textos- , “Ser y tiempo”.

 

Es decir, hay a quiénes les pesa la marcha de los tiempos, contingencia, con la lógica asumida del cambio respecto a la comprensión del fenómeno gay, y consideran que ya es irrenunciable aceptar esta cuestión, desde el presupuesto a sus consecuencias. Las formulaciones de la comprensión de la cultura del fenómeno de lo homosexual marcan la tendencia social y eso es incuestionable. No hablo del papel de los lobbys, incluso en la Iglesia. Hablo de una evidencia, la fuerza social de la argumentación que va por delante de la experiencia y moldea la experiencia.

Éstos consideran que la Iglesia aún no está preparada, es cuestión de tiempo. Cuando dicen esto, ¿qué están diciendo? Es cuestión de cambio de mentalidades, por lo tanto. Trabajemos en el cambio en las ideas de las personas, también dentro de la Iglesia. Y hagámoslo en los medios de comunicación principalmente.

 Y hay quienes, sabiendo lo anterior, quieren pretender hacer pedagogía con las distinciones entre persona, idea, ideología, forma de vida, forma de convivencia, fe y persona, fe y sacramentos, fe e Iglesia. Son conscientes del cambio en las mentalidades, pero trabajan para que este cambio se haga desde la base de la naturaleza de las realidades, desde la humana a la doctrinal.

Y en medio, el Papa. Y todos tirando de la sotana blanca para su lado. Y el Papa marcando la agenda con distinciones implícitas en los gestos.

No quisiera pensar qué podría ocurrir si a alguien se le ocurriera convocar un Concilio para resolver esta confrontación de paradigmas. Claro, me dirán, para eso está el Sínodo, pero se me queda corto y limitado, porque los participantes del Sínodo, ¿quién los elige y cómo? No, oigamos la voz de todos… Lo que afecta a todos, por todos debe ser trabajado.

Y mientras, se me ocurre que lo que debemos de hacer es seguir profundizando en la fe de la Iglesia, en la doctrina, estudiando, hablando con gente que tiene criterio, como forma incluso de acompañar al Papa en este proceso. Y rezar, que no está demás y que seguro nos ayuda a centrarnos en lo esencial.

Esta semana santa voy a leer a Antonio Rosmini.

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