El clero castrense

Cuenta además esta peculiar Iglesia con un Seminario propio, el Colegio sacerdotal castrense "Juan Pablo II", que tiene, en este curso y según las estadísticas de la Conferencia Episcopal, quince seminaristas, de los cuales cinco son de nuevo ingreso. Estos jóvenes estudian en la Universidad Eclesiástica san Dámaso. Por vez primera, este año, el presbiterio castrense suma, además, a dos sacerdotes estudiando en Roma grados superiores en ciencias eclesiásticas.

Hay una característica de este clero que, su arzobispo, monseñor Juan del Río, suele describir con finura y gracia: aún no ha tenido en las habituales reuniones del presbiterio que ayudar a ningún sacerdote a subir las escaleras. Porque la media de edad de este grupo sacerdotal en activo es muy inferior a la común de las diócesis españolas. Prueba de ello es el ingreso permanente en el clero castrense de jóvenes sacerdotes procedentes de las más variadas diócesis. Pongamos por caso el de Santander que, en este momento, tiene a tres jóvenes sirviendo en esta Iglesia. Respecto al arzobispado castrense es una estructura con poca estructura y menor patrimonio. Y respecto al arzobispo castrense, tan singular en su forma de ministerio como el de su Iglesia, y el de su clero, hay que destacar su labor como capellán de la Casa Real.

Durante muchos años, el clero castrense gozaba de singulares privilegios que le hacían ser objeto del deseo de no pocos versos sueltos en el mapa de la Iglesia. Sin embargo, los tiempos han cambiado. Si bien es cierto que el gobierno socialista aprobó in extremis un Decreto que ponía cierto orden al estatus de estos sacerdotes dentro de la ordenanza militar, también lo es que su misión y presencia evangelizadora conforman un perfil singular de ministerio. Son sacerdotes que se caracterizan por una especial formación humana y teológica, que viven la serenidad del Evangelio en situaciones límites, que saben de los resortes y de los mecanismos de la psicología humana y que persuaden de la belleza del encuentro de Cristo con métodos generalmente insospechados. Aún recuerdo el relato de un Páter, como cariñosamente se les denomina, que acababa de regresar de una misión en el extranjero y que contaba cómo, en medio de la soledad, el peligro y no poco desaliento, la celebración del bautismo de quince jóvenes adultos, militares, había sido también un acto de celebración de la humanidad que difícilmente se olvida.

En el elenco de las virtudes clásicas, el amor a Dios, el amor a los padres y a la patria, la paz y el orden, no están muy lejos. Y esto lo saben y lo viven los capellanes de nuestros tres Ejércitos.

José Francisco Serrano Oceja

jfsoc@ono.com

 
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