Cita simbólica con Las Edades del Hombre

La exposición Las Edades del Hombre tiene su sede este año en Aranda de Duero
Las Edades del Hombre.

He leído estos días pasado el libro de Philippe de Montebello y Martin Gayford, “Cita con el arte” (Rialp). Me acordé, cuando estaba pensando sobre lo que dice quien fue director del MET de Nueva York, de mi reciente visita a una de las sedes de Las Edades del Hombre, la de Sahagún de Campos.

Me quedan todavía Burgos y Carrión. No desespero. Todo llegará, incluso que en Las Edades del Hombre se tenga en cuenta a las Familias Numerosas. Que para eso un obispo es presidente, al menos en los papeles, de esa Fundación.

El asunto que nos ocupa es la relación entre obra de arte religiosa y el público contemporáneo. También el proceso de “museización” de las iglesias o/y de sacralización de los museos.

 Montebello señala, a propósito de la obra de arte religiosa, que “el retablo que devolviésemos a su iglesia recobraría su contexto arquitectónico, hasta cierto punto, pero no tanto el religioso, ya que la intensidad de la fe ha decaído, y el valor de la pintura como explicación de la Escritura para una congregación, en su mayoría analfabeta, se ha perdido”.

Añadía además que hay una dificultad para el público moderno al desconocer la historia sagrada sin la que no se entiende la historia del arte. Dice Montebello que “el público moderno, en su mayor parte, ya no lee la Biblia, e ignora las historias que están representadas en los cuadros. El papel de los museos a la hora de enseñar de nuevo al público la historia sagrada y la doctrina es laborioso”.

Si hay una característica de la obra maestra del arte es que no dejan de llamar nuestra atención, nos convocan para obligarnos a desentrañarla. Mirar un cuadro es algo que siempre se puede aprender, que no se agota. Es más, debe hacerse para dejar de lado los prejuicios y las reacciones puramente negativas. No se trata solo de la información sobre el autor, la época, el contexto de cada pieza concreta en el conjunto de la trayectoria. Informaciones, si cabe, necesarias. Se trata, como queda claro en “Cita con el arte”, de absorber y de sentirse absorto por la interpelación.

¿Cómo es la interpelación de un cuadro con escena sagrada a una sociedad secularizada que no tiene los referentes de esa experiencia? ¿Será capaz el arte de suscitar la inuietud, la pegunta, de interpelar a quien contempla la imagen de un Cristo o de una Virgen Dolorosa con los solos prejuicios?   

La mirada museística es la que nos permite aprender a mirar las obras comparativamente. La mirada de fe nos mete en la escena, nos acerca lo que puede parecer lejano. Si la historia del arte es un reflejo de la compulsión occidental por la categorización, estudiar e interpretar las obras exige una serie de condiciones que no siempre se cumplen.

La propuesta del citado libro es desarrollar esa mirada como un proceso lento, no fácil, que requiere el esfuerzo de algo más que la atención. Disfrutar del arte exige una implicación radicalmente diferente de la gratificación inmediata que producen algunas muestras de la cultura popular. No se purden convertir ni las catedrales, ni las iglesias en museos y mucho menos en solas fuentes de ingresos. Ni hacer de los museos los nuevos templos de la imagen sagrada.  

 
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