La cena del cardenal

Y esto es lo que hace que, en lo humano, tenga éxito un encuentro de esta naturaleza.

Ocurrió en la cena en la que el cardenal Rouco hacía de singular anfitrión de los cardenales y obispos de todos el mundo, más de medio centenar en esa velada. En uno de los pabellones de Ifema, con una sala austera en el fondo y en la forma, se montó un singular convite, con un sencillo aire de familia, en el que primaban los saludos, la alegría, el buen humor. El buen hacer del responsable de la acogida de cardenales y obispos, el Vicario Episcopal de Madrid, Joaquín Martín Abad, había conseguido que todo marchara sobre ruedas y que los participantes ocuparan ordenadamente las mesas. A los extremos quedaban unas pocas libres, que no habían sido ocupadas por los secretarios de los obispos, que habían acudido a la cena en menor número. A instancias del responsable del citado responsable del acto, sabedor que los voluntarios dedicados a atender a los obispos estaban en una sala contigua, solicitó la autorización del cardenal Rouco para que los voluntarios pasaran a ocupar las mesas libres de la gran sala.

En el momento en el que estos entraron en el pabellón para dirigirse a las mesas aún no ocupadas sonó un gran aplauso. Los cardenales y obispos de la JMJ agradecían así el trabajo silencioso, callado, austero, sufrido, de quienes soportan con su tiempo y su generosidad la organización de esta gran fiesta de la vida cristiana y de la sociedad civil.

Pero la cadena de preciosos detalles no concluyó aquí. A los postres, los asistentes recibieron la visita de la que pudiéramos denominar la tuna de la JMJ, que provocó el alborozo de los comensales. Cuatro piezas dedicadas a los cardenales y obispos, de entre las que hay que destacar la universitaria Fonseca, que hizo que el cardenal Rouco volviera a sus años de universitario salmantino y muniqués y a su tiempo de organizador de la Jornada Mundial de la Juventud de Santiago de Compostela. Fonseca no estuvo triste y sola en una sencilla comida con la que se celebró la llegada del Papa.

José Francisco Serrano Oceja

 
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