No hay caso Juan Rubio

El vídeo de Juan Rubio.
El vídeo de Juan Rubio.

He pensado mucho si escribir esta columna o no. Voy a utilizar el papel como modo de organizar públicamente las ideas.

Para los que no están al tanto de la calle, Juan Rubio es el sacerdote de Jaén protagonista de un vídeo de Tick Tock –red social china que es algo más que una red de imágenes- que ha levantado un notable revuelo mediático. Vídeo que ha tenido entretenidos a no pocos medios, bastantes horas, en los últimos días.

Pero Juan Rubio, lógicamente, ha sido y es mucho más que eso. Es periodista de raza, fue director de una relevante publicación eclesial, literato, políglota, traductor, hombre de exposiciones mediáticas, confidente de no pocos, recipiendario de informaciones cargadas por el diablo.

Tengo que advertir que soy amigo de Juan. Desde las antípodas, muy pronto de su llegada a Madrid, puede dialogar con él, debatir, contrastar, discutir sobre infinidad de materias.

Siempre hemos mantenido la amistad en torno a la fe común y a un idea sobre la que hablamos muchas veces: el seguimiento de Cristo Resucitado nos exige estar con las víctimas y denunciar la injusticia de los victimarios. ¿O acaso el crucificado resucitado no fue una víctima de mis pecados, de los míos, o, si quieren que me ponga fino, de las estructuras sociopolíticas e ideológicas de su tiempo…?

Me he preguntado estos días si lo ocurrido con este sacerdote solo es un caso personal, que tiene su contexto, motivado por una circunstancia concreta, o hay elementos que se pueden generalizar a la situación del clero, de cierto clero, de parte del clero, en España.

Primera cuestión. Nada más tener noticia de lo que se propalaba por las redes, sin pretender justificar una actuación improcedente a todas luces, lo primero que pensé es en la persona. Lo primero, la persona. Lo segundo, el ministerio, que no se puede separar en un sacerdote de la persona en la medida en que la configura.

Lo primero, la persona. Si algo nos está recordando el Papa Francisco, ante el error, el pecado, es la primacía de la misericordia como modo de acogida a la persona. Después vendrá el juicio o el discernimiento. Lo mismo que me preocupa la persona de Juan, me preocupa cómo está la realidad personal de los sacerdotes españoles, su nivel de motivación, su ilusión, la percepción que tienen de su ministerio, en qué condiciones viven, si están atendidos, si llegan por las noches cansados a casa…

Difícilmente se puede, en casos extraordinarios, salvar el ministerio si no se salva al sujeto, a la persona. Y para salvar a la persona, no me refiero ahora al motivo que nos ocupa, es necesario también el acompañamiento. ¿Se sienten solos personal, social y eclesialmente los sacerdotes? ¿Se sienten reconocidos en su ministerio? ¿Se sienten acompañados, incluso espiritualmente? ¿Se sienten comprendidos, que no quiere decir justificados?

 

Me preocupan los desgarros estructurales en la persona. Causas de esos desgarros hay muchas. Desde el mismo proceso de la historia reciente de la Iglesia, pasando por las contradicciones culturales y sociales, hasta los espejismos sobre el debe y el es de la vida de la Iglesia en determinadas diócesis.

En este sentido, a cada generación sacerdotal española le atenazan una serie de posibilidades de desgarro estructural. No desprecio la influencia de las ideas en la vida de las personas.  

Segundo, el ministerio. En la circunstancia en que vivimos, si el sacerdote no sustancia su ministerio en la relación íntima con el Señor, en una vida espiritual profunda, acrisolada por la eucaristía, volcada en la degustación de la Palabra, en el servicio desde esa clave de “Dios ante todo”, aparecen las grietas en el edificio. Que conste que lo mismo se dice de los sacerdotes que de cualquier fiel cristiano. Pero la exposición, o incluso la sobreexposición sacerdotal, es una lanzadera.

Hablo de espiritualidad del sacerdote no como una fácil receta, ni como un mantra acuñado. Hablo de la vida en Cristo como una realidad fecunda.

Y tercer punto, al que no querría dejar de referirme, la presión mediática. Este tema me preocupa especialmente. Al margen de que considero que un caso como en el que nos ocupa tiene una fecha de caducidad cercana, me inquieta que se tomen decisiones, que se realicen actuaciones, bajo una presión mediática que tiene sus dinámicas, viralidad, inmediatez, espectacularización, obligación de actuar en determinados parámetros, exigencia de ejemplaridad.

Digamos claramente que los medios, y las audiencias, se han tomado el caso que nos ocupa en la clave del espectáculo, de la chanza, del comentario de barra de bar. Otra cuestión es que siempre hay quien utiliza estos lamentables sucedidos para sacar a pasear antiguas facturas.

Vuelvo al principio. Juan Rubio hizo público voluntariamente un comunicado ejemplar, inmediatamente después de que se hiciera viral el famoso vídeo. Ejemplar en el fondo y en la forma. Reconocer las faltas y limitaciones, incluso los pecados, si hablamos en lenguaje moral, en público es un acto de heroísmo. Yo me quedo con ese acto de heroísmo suyo. ¿O acaso la vida cristiana, la vida sacerdotal, no es un permanente ahora comienzo y no implica muchos pocos o muchos muchos actos de heroísmo?

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