El cardenal Omella, aventajado discípulo de Xenius

El cardenal Juan José Omella en el desayuno informativo Fórum Europa.
El cardenal Juan José Omella en el desayuno informativo Fórum Europa.

Desayuno madrileño del cardenal Juan José Omella, presidente saliente de la Conferencia Episcopal Española y siempre arzobispo de Barcelona y miembro del “entourage” del papa Francisco, que ahora los periodistas llamamos G-9, fácil asimilación de la terminología del poder mundial.

Desayuno del cardenal Omella con una escasa representación política y social de esta España en ebullición. Salvo Gabilondo, Ángel, de metafísico a encuestador, que además fue protagonista e interlocutor de algunas de las preguntas que le hicieron a Omella, poco más.

Cuca Gamarra, por eso de que fue alcaldesa de Logroño.  El omnipresente P. Ángel junto con el obispo anglicano de Madrid y el presidente de la ACdP, Alfonso Bullón y los de la casa y la causa.

Llama la atención que no hubiera ningún obispo madrileño, ni que estuviera el arzobispo castrense –quizá en misión humanitaria-, ni que se hiciera por allí presente alguno de los eméritos cardenales de la villa y corte, que por aquí pueden montar en cualquier momento un cónclave castizo. Antes, no sé cuantificar el antes, se guardaban más las formas. O no.

Si la asistencia es espejo de relevancia, repercusión, hay que darle una vuelta a lo que está pasando, o quizá nos pase lo que diría Ortega, que no sabemos lo que nos pasa y eso es lo que nos pasa. Frase, por cierto, que le gustaba citar en sus primeros años madrileños al cardenal Osoro, y así ha pasado lo que ha pasado.

A lo que vamos, el cardenal Juan José Omella se nos ha vuelto un discípulo aventajado de Xenius, el gran Eugenio D´Ors. Debe ser por eso del proceso de inculturación.

D´Ors decía aquello de que en la vida, como en el periodismo, hay que elevar la anécdota a la categoría. Analizada la argumentación del cardenal Omella, su estrategia retórica, discursiva, es decir, cuando se siente a gusto, cuando es él mismo, es cuando de una anécdota, una chispa, desarma al interlocutor, elevando la vida al pensamiento.

Al cardenal Omella lo que le va es contar historias, contar lo que le se cuece, su experiencia, lo que ha vivido, lo que le han dicho, y a partir de ahí hacia arriba, a la categoría de principio de vida. Me es fácil imaginar al cardenal Omella en una conversación en Santa Marta  haciendo las delicias de su interlocutor.

Pongo un ejemplo, o varios, de los que utilizó don Juan José en el desayuno: el del obispo que había estado días atrás con el papa, y a quien el papa Francisco le dijo que había que dejar algo para el que viniera después, “Juan XXIV”, y aquí el cardenal Omella repitió dos veces lo de Juan XIV con cierto regusto.

 

O la anécdota de aquello que decían, con orgullo patrio, los de Calanda, de su párroco cuando lo era él. O la de su encuentro con un periodista que le preguntó sobre cuál es la prioridad de la Iglesia en la España de hoy, o lo que contó del dominico predicador, y qué dominico no es predicador, el P. Timothy Radcliff, que les habló de la autoridad y de su configuración en la Iglesia y en la sociedad.

Durante la primera parte del diálogo con el moderador, el cardenal Omella leía los papeles. No era lo suyo. Lo suyo, lo propio, es lo espontáneo, el tú a tú, la experiencia, la vida, la anécdota elevada a la categoría, al fin y al cabo. Su punctum dolens, punctum volens.

Tengo que confesar que, hablando de retórica, del arte de la persuasión, me gustó mucho el inicio del acto y el final. Cuando comenzó con lo que le preocupa a la Iglesia hoy, la secularización, la ausencia de Dios. Y metió una cita de Benedicto XVI, eco de una afirmación de Henry de Lubac, en el drama del humanismo ateo, aquella que decía que cuando desaparece Dios del horizonte, el hombre se vuelve contra el hombre.

Y también cuando terminó el acto, en un momento de palabra, pausa, silencio, éxtasis o catarsis, y refirió la historia de los primeros mártires africanos, por eso de que don Juan José se formó en los Padres Blancos, misioneros por los cuatro costados.

Fue la despedida en el escenario del poderío madrileño del cardenal Juan José Omella. No se puede decir aquello de despedida y cierre porque don Juan José se va, pero no se va, como en el evangelio de Juan. Se queda en la atalaya, la sombra del ciprés siempre es alargada.

Tengo que confesar que, aunque él no lo sepa y aunque algunos le hagan creer lo contrario, a mí el cardenal Omella siempre me ha parecido un obispo atractivo. Más atractivo cuanto más discípulo de Xenius, mi admirado Eugenio D´Ors.

Ya que estamos en un Adviento avanzado de la historia, quizá el cardenal Omella haya meditado aquello que escribiera D´Ors en su “Villancico de Dios en los cabos”: 

                                      “Escribas cerraron

puertas y ventanas.

Huyen mercaderes

de visiones vanas.

Para calar pronto

si viene el Señor,

cuídate ser Mago

si no eres pastor”.

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