El cardenal Rouco y la Guerra Civil

Por cierto, esa referencia a los “poderes” pertenece a  la definición de terrorismo de un documento de la Conferencia Episcopal Española, de Noviembre de 2002.

                Vayamos del contexto al texto. Hay quien en la sociedad española, y no sé si también en la Iglesia, ha sentenciado al cardenal Rouco  y se ha empeñado en adelantar una supuesta etapa final que se da de bruces con la normalidad institucional. El tiempo de Dios, el de la Iglesia, y el del Papa ¿es el tiempo de los hombres?

                Desde los poderes de este mundo, categoría que puede resultar grandilocuente pero que responde a  la realidad del mundo vida, que diría Husserl, están contribuyendo a una ficticia representación de creación de un chivo expiatorio, según la doctrina de René Girard.No solo por parte de quienes se sienten interpelados en su conciencias desde un ejercicio de llamada de atención a la responsabilidad pública, sinopor quienes representan los intereses de la ideología nacionalista que tiene su reflejo en la comunidad de fe. Las fosas en España las levanta, una vez más, la ideología y el nacionalismo radical, que es una ideología operativa.

Lo que es evidente es que hay quien están empeñados en que la palabra del cardenal Rouco, quien por cierto cuando se refiere a cuestiones morales peliagudas, el matrimonio, la familia y la vida, lo hace desde la doctrina social de la Iglesia, sea percibida a través de los espejos deformados de la historia, del callejón reducido de un estereotipo social que se construye con la elección de frases descontextualizadas, de adjetivos añadidos, de apósitos argumentales o de rabiosos paralelismos. Si esta imagen sigue vigente no es porque se corresponda con la realidad, sino porque a sectores de la política y de la opinión pública y publicada les interesa en la medida en que produce un efecto de llamada atención.

                ¿Por qué el cardenal Rouco no puede hablar de la historia, de la historia más reciente, cuando la historia es el argumento omnipresente en la sociedad española? ¿Acaso ya solo los políticos pueden hablar de historia; ni los historiadores? ¿No es la fe cristiana la fe del pueblo de la memoria? ¿Por qué no se quiere entender que el destinatario de los mensajes del cardenal es el Pueblo de Dios y que la separación que se ha producido entre el pueblo y las élites políticas, sociales  y mediáticas, entre otras razones, está producida por el ocultamiento de un proceso de responsabilidad pública?  ¿Será porque la historia es solo patrimonio de la ideología, y por tanto el arma arrojadiza entre la derecha y  la izquierda, que tienen la pretensión cultural dominante de interpretar la historia? ¿Acaso el cardenalRouco no puede referirse a un pasado sobre el que ha pensado –no olvidemos su tesis doctoral, sus libros, su discursos-, que ha vivido, y que analiza desde categorías no políticas sino teológicas? ¿Acaso no es pertinente su intervención a la hora de referirse a un hombre, Suárez, que supo abrir el futuro sin olvidar el pasado? ¿Por qué esa obsesión de algunos por centrarse en una línea olvidando párrafos enteros?

En resumen, ¿tiene la sociedad española un problema de libertad? ¿Contribuye la clase política a ese problema de libertad, que en este caso es profética?

Lo que ha puesto sobre la mesa el arzobispo de Madrid es una comprensión desde la teología de la historia. N. Berdiaev escribió que en los momentos de crisis florece la filosofía de la historia. La cuestión no es que estamos instalados en la postmodernidad sino que hay quienes construyen la postmodernidad para sacar de ella a quienes ya han calificado y sentenciado previamente.


José Francisco Serrano Oceja

 


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