El caos moral en España

Enrique Bonete.
Enrique Bonete.

He leído la entrevista, publicada en la página web de la Universidad Católica de Valencia, al filósofo español Enrique Bonete, catedrático de esta materia en la Universidad de Salamanca.

Me parece interesante no solo por la argumentación de las respuestas sino por el estilo, el tono, las incidencias.

Como no voy a incordiar a los lectores derivándoles hacia ese sitio web, con permiso de quien hizo y publicó la entrevista, voy a reproducir algunos párrafos que me han parecido particularmente significativos.

He aquí, por tanto, lo que este catedrático de filosofía dice sobre la situación moral de las sociedades occidentales, de España, y sobre algunas de las recientes leyes aprobadas en nuestro país, sin citarlas:

P.- Le pregunto, entonces, ¿se puede hablar también de una faz oculta de la posmodernidad? ¿Qué pasos cruciales se han dado a nivel filosófico para que hablemos de una nueva era, ya separada de la modernidad en sí? 

R.- Por supuesto, la posmodernidad, entendida como un proceso cultural en el que no existe ninguna referencia trascendente al ser humano, el sujeto vive instalado en el presente, sin abrirse al futuro, sin concebir ningún tipo de valor “absoluto”, ya sea moral, religioso, estético o político, por ejemplo. En ella también resaltan aspectos ocultos y oscuros que suelen generar un profundo malestar: numerosas personas se encuentran sin raíces y sin esperanzas, buscando con frenesí experiencias placenteras que puedan llenar el vacío existencial o superar el hastío que les invade… Se carece ya de proyectos y de compromisos duraderos vinculados a principios éticos provenientes de la modernidad y, sobre todo, al menos en Occidente, de la cultura cristiana. 

Y esa nueva era a la que usted se refiere ya no es propiamente la posmodernidad, que algunos autores han vinculado a filósofos como Nietzsche o Heidegger, sino que nos encontramos cada vez más confusos, inmersos un cierto caos moral, sobre todo en Europa: cualquier perspectiva ética se percibe como relativa, subjetiva y carente de valor universal más allá del propio sujeto que la asuma. Estaríamos viviendo, en términos políticos y culturales, en una especie de dictadura del relativismo, a la que se refería el papa Benedicto XVI, y que marca los pasos de una nueva era que se distancia tanto de la modernidad como de la cultura cristiana: en ambas predominaban principios éticos universales, valores morales capaces de unificar a los ciudadanos y otorgarles identidad comunitaria europea y cristiana, cuyo núcleo consistía en la defensa de la dignidad de cada persona. 

P.- En la Jornada Mundial de la Juventud de 1989, celebrada en España, Juan Pablo II exhortó a Europa a escapar, desde su identidad histórica, de ese caos que usted menciona: “Desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes”. En 2023, parece que ese reencuentro es aún más difícil que entonces. 

R.- Es evidente que en Europa estamos muy lejos de lo que Juan Pablo II proclamó como un deseo con pleno sentido histórico: reavivar las raíces cristianas de Occidente, que han ofrecido durante siglos, y pueden seguir ofreciendo, una identidad cultural y moral al continente que ha sido clave para el desarrollo de la humanidad entera. Hoy da la impresión de que los líderes políticos europeos se han empeñado en alejarse cada vez más de lo que ha supuesto la cristiandad durante siglos como fenómeno cultural, moral, político y religioso. Es más, me atrevería a decir que lo que se percibe en muchos países europeos es algo así como una cierta cristofobia, un rechazo visceral a todo lo cristiano. En muchos casos, este responde a un lamentable desconocimiento de lo que, por ejemplo, ha aportado la ética derivada del Evangelio en la protección y defensa de los sujetos más vulnerables de la sociedad. 

 

Tengo la impresión de estar contemplando en Europa una especie de apostasía respecto del cristianismo. Quienes la fomentan no se percatan de las graves consecuencias políticas, morales y culturales que ello está originando ya y que en un futuro serán más patentes. Se está construyendo una Unión Europea que solo cuenta con lazos económicos y comerciales, sin los fuertes vínculos culturales identitarios que ha aportado secularmente la cultura moral cristiana. Sin tales vínculos, como aseveraban los padres fundadores de la Unión, los estadistas De Gasperi, Adenauer y Schuman -en exceso hoy olvidados-, difícilmente podrá mantenerse unida Europa. 

Por cierto, recuerdo muy bien que Schuman llegó a afirmar que “a Europa la distingue que está formada por democracias que deben su existencia al cristianismo, el primero que enseñó la igualdad de naturaleza de todos los hombres, hijos de un mismo Dios”. Me temo, y es una pena, que quienes gobiernan hoy las instituciones europeas no valoran en absoluto las raíces cristianas de las democracias occidentales, que era algo obvio para los padres fundadores. 

P.- En esa línea, el 28 de octubre de 2010 Benedicto XVI lanzó un mensaje muy claro dirigido a todo el mundo, pero especialmente a esas democracias occidentales, que causó cierto revuelo mediático: “Cuando los proyectos políticos contemplan, abierta o veladamente, la descriminalización del aborto o de la eutanasia, el ideal democrático –que solo es verdaderamente tal cuando reconoce y tutela la dignidad de toda la persona humana– es traicionado en sus bases”. Esta afirmación podría ser un buen punto de partida para reflexionar con alumnos de filosofía actuales, muchos de los cuales contemplan estos graves problemas éticos como un avance social; actos de bondad, nada menos. ¿Qué le parece? 

R.- Sí, sin duda. Esas palabras del papa Benedicto XVI son muy oportunas para comprender, por un lado, cuál es la función del poder político, y, por otro, cuándo dicha función se pervierte y se convierte en un amparo legal de la absolutización de la propia voluntad. Lo primero es clave: la auténtica democracia es aquella en la que se garantiza la dignidad de las personas, los derechos humanos, y especialmente el derecho a la vida de los más frágiles y vulnerables, entre ellos, sin duda, se encuentra el nasciturus, que se está gestando en el seno de una madre, pero también el enfermo o anciano que se aproxima a la muerte. 

Por esa razón, cuando el poder político, por muy democrático que sea, ampara legalmente en el caso del aborto la destrucción de un ser humano en desarrollo, sin buscar el equilibrio entre la autonomía de la madre para decidir y la protección jurídica de la vida humana en gestación, o sea, el derecho del niño a nacer, algo se está pervirtiendo en términos políticos y éticos: se consagra legalmente el poder absoluto de una libertad suprema (individual, social, legislativa) que aplasta a quien carece de poder, al nasciturus que se está gestando, y no tiene ni voz ni voto: al niño”.

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