La campaña de la pederastia

El cardenal Juan José Omella recibe a Pedro Sánchez.
El cardenal Juan José Omella recibe a Pedro Sánchez.

Ya sabemos que el tiempo de la Iglesia no es el de este mundo. O sí, porque san Agustín solía decir aquello de que “nos sumus tempora”, nosotros somos nuestro tiempo, nuestros tiempos y los tiempos nuestros. Esta afirmación era también una invitación a romper amarras con toda forma de nostalgia.

Es curioso que este argumento, el de que la Iglesia no vive en este mundo, se utilice por no pocos de los poco amigos de la Iglesia –antes se diría enemigos-  para decir que la Iglesia no está al día, que no vive en la realidad, que no asume lo que le corresponde del presente.

Es cierto que a la Iglesia no le van las precipitaciones y que vivimos en lo que el Vaticano II definió como “la aceleración de la historia”. Es quizá éste un criterio que nos permite analizar si las personas de Iglesia, también sus responsables, viven en una realidad contingente y cambiante o están instalados en una especie de torre de impasibilidad que no se ve afectada por nada, ni por nadie. ¿Acaso no es éste también un síntoma de ese clericalismo que tanto fustiga el Papa Francisco?

Llevamos semanas con la pederastia en la Iglesia como tema recurrente en los medios, en las conversaciones, en la vida de las personas. El diario más influyente en la mentalidad de los periodistas españoles, nos guste o no, lo ha cogido como tema propio y cada domingo, desde hace meses, nos ofrece un capítulo del serial. A diario mantiene la llama encendida.

El resto de los medios le siguen la pista, para no quedarse atrás. Es un tema que vende, espinoso para la Iglesia porque la obliga a una posición aparentemente defensiva.

Las redes sociales no paran de lanzar argumentos, imágenes e historias que están calando en la mentalidad de sus consumidores, que suelen ser los más jóvenes.

Se ha impuesto un relato. Ciertamente no estamos en Irlanda, ni la Iglesia en España es la irlandesa. Pero hay quien se malicia que aquí se quiere producir el efecto que esta cuestión, y el informe de la comisión de ese país, produjo. Es decir, diez años en los que la Iglesia no se pudo dirigir a los niños y a los jóvenes, con un crédito social por los suelos, con la clase intelectual en contra.

Desde dentro de la Iglesia, y en posición privilegiada de antena, además hay quien dice que la negativa a crear una comisión de la verdad sobre los abusos sexuales en el conjunto de la Iglesia española sería un error histórico y una vergüenza que afectaría a los católicos por años sin par. Y añade que la Iglesia no ha tenido el coraje de hacer lo que los políticos van a obligarla a hacer ahora.

¿Qué comisión de la verdad? ¿La de los abusos sexuales en toda la sociedad española? ¿Es que la Iglesia no ha hecho nada para atajar esta lacra? ¿Es que la Iglesia vive en la mentira y por eso la tiene que investigar una comisión de la verdad?  ¿Va a ser la política la que, suponemos que fascinada por la verdad, ya sabemos, va a investigar a la Iglesia?

 

Pensar que éste de la pederastia es un capítulo más de la agenda política, que como ha venido se va y que no va a tener efecto en la sociedad española es de aurora boreal. Conozco a más de un cura al que por la calle le han llamado “pederasta”. Así, sin venir a cuento. Les invitaría a mi clase de ética periodística para escuchar lo que me dijeron mis alumnos a propósito de la película Spotlight.  

En este momento hay sobre la mesa al menos tres formas de comisión de investigación sugeridas por la política. Una de investigación en el Congreso; otra de expertos también en el ámbito del Congreso; y una tercera, el conejo de la chistera de Sánchez,  la del defensor del Pueblo. Las tres tienen como objeto, de momento, la investigación del 0, 2% de los casos de pederastia en España. Del resto no parece que se vayan a preocupar.

El Gobierno ha metido el primer gol. Concluya lo que concluya será gracias al Gobierno, no a la Iglesia. Y no digamos nada lo que puede pasar si la Iglesia se opusiera. Incluso si ahora saliera con una comisión propia.

La rentabilidad, al fin y al cabo, está en el constructo “investigar a la Iglesia” por lo que dice explícita e implícitamente, como si la Iglesia fuera una institución que se dedique a esconder algo que necesita ser investigado.

Preguntémonos, a estas alturas, qué respuesta está dando la Iglesia en España a esta campaña sectaria de acoso y derribo. O, al menos, qué respuesta estamos dando cada uno de nosotros, que también somos Iglesia.

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