Y si cambian la elección de obispos

Vaticano.
Vaticano.

Seguro que lo que voy a decir se le ha ocurrido ya a alguien en Roma. Con esto de la sinodalidad, me acordé cómo llamaban en mi tierra al primer Sínodo diocesano en el que yo estuve, el segundo de Santander, el “Conciliucu”.

Volvamos a lo que nos ocupa en tiempos de Sínodos en los que participa el pueblo de Dios. Pasan los días, los trabajos, esperamos, y algunas diócesis siguen sin obispo. Bueno, esta semana seguro que hay sorpresa.

No hace mucho me decía un obispo que, por la marcha que llevamos, más que un proceso de provisión de una diócesis y de nombramiento de un obispo lo que parece que está haciendo el señor Nuncio es un proceso de canonización. Y lo decía con cierta nostalgia dado que la diócesis de la que vino lleva demasiado tiempo en la nevera.

Ahora que se ha hecho una importante reforma del ámbito penal del Código, ¿qué tal si hacer una reforma en el modo de elección de los obispos?

No me voy a tirar a la piscina a nadar con quienes quieren que el obispo lo elijan los fieles democráticamente, es decir, como en todas las democracias después de campañas en pro de determinados candidatos, con grupos de presión, utilización de medios para las campañas, cooptación de voluntades, constelaciones o cordadas. Aquel principio de que a lo que a todos afecta, debe ser elegido por todos, descontextualizado. O la praxis de determinadas épocas históricas, en determinados lugares de la Iglesia.

Propongo un proceso más sencillo. Comencemos por el principio, la propuesta. Aunque en teoría cualquier cristiano puede escribir al Nuncio proponiendo un candidato a obispo, habría que ampliar el círculo de quienes los sugieren. Que no sean solo los obispos –favores supuestos incluso-, ni las provincias eclesiásticas, ni los superiores mayores.

¿Qué tal si se deja esto en manos de las madres de familia? Siempre he pensado, siguiendo a san Pablo, que mi mujer, mi madre y mis abuelas, que en paz descansen, eran las que tenían y tienen el mejor ojo para lo sacerdotes que conocemos. La elección de los obispos en manos de la propuesta de las mujeres, toma ya protagonismo de la mujer en la Iglesia.

Además del trabajo de la Nunciatura, que para algo está en la vida interna de la Iglesia -las relaciones diplomáticas para los diplomáticos-, que se nombre, por ejemplo, a un jesuita acreditado, padre espiritual verificado por la experiencia, para que valide a los candidatos, se entreviste con ellos, les lleve de retiro y haga un informe sobre su santidad de vida. Si no es jesuita, puede ser carmelita, franciscano o de otro instituto de vida religiosa.

Que además se nombre una comisión de cardenales para que den el visto bueno a los candidatos antes de ir a Roma. Es decir, para que se garantice que no sean miembros de ningún grupo de presión, lobby, o consejo de administración. Es decir, que este consejo de cardenales, que para eso están elegidos sinodalmente, dos, tres o a lo sumo tres y medio, sean los que den el visto bueno antes de que llegue a la preceptiva Congregación romana.

 

Este Colegio debiera abstenerse de dar el visto bueno a ninguno de los que conozcan de algo o hayan tenido con el candidato alguna relación de dependencia, que no de pendencia.   

Al llegar a Roma, que el proceso caiga en manos de una agencia de calidad y de auditoría, que trabaje día y noche, y que reúna la feria de la Congregación todos los viernes del año para que se agilicen los procesos. Una ANECA, ANEPRO, Anequilla, o como se quiera llamar. Que se apliquen los criterios de calidad del Vaticano II en la continuidad de la tradición de la Iglesia.

Ahora tendría que llegar el modelo de la trasparencia. Pero lo que se me ocurre es una locura de la loca de la casa. Por eso, quizá sea mejor dejarlo de momento y pensar que esta reforma canónica está aún poco madura y más vale que nos quedemos como estamos, sabiendo, o no, lo que pasa.

¿Garantizaremos así que los candidatos que decida el Papa acepten? Esa es otra historia…

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