El Caballero de Gracia o la otra modernidad

Placa del nombre de la calle de Caballero de Gracia.
Placa del nombre de la calle de Caballero de Gracia.

Hay en el Madrid más cosmopolita una iglesia que pasa demasiado inadvertida entre edificios que albergan postmodernos bistrós y hoteles chiripitifláuticos.

Es el Real Oratorio del Caballero de Gracia, cuya atención pastoral está encomendada a los sacerdotes del Opus Dei. Desde hace tiempo tengo la impresión de que es, de las iglesias encomendadas a la Prelatura, la que va por delante en actividades tanto culturales como litúrgicas.

En el templo están los retos de la beata Guadalupe Ortíz de Landázuri, todo hay que decirlo, porque la última vez que escribí sobre esa iglesia se me olvidó citar este dato. 

Ahora avanza con cierta ventaja su protagonismo por el proceso de beatificación del Caballero de Gracia, Jacobo Gratij, un personaje singular, distinto, cuya vida está a caballo entre el siglo XVI y el siglo XVII europeo, por no decir solo español.

De entre los datos de su biografía destacaría que fue mano derecha de Giovanni Battista Castagna, Nuncio Apostólico en España, más tarde, Urbano VII, de cortísimo pontificado, doce días, en los que le dio tiempo a pedir que se hiciera un registro de los pobres de Roma para distribuirles limosnas. Por cierto, fue investigador, que no instigador, del proceso contra el Arzobispo Carranza. Gran tema sin duda.

El Caballero de Gracia se ordenó a los setenta años, en torno a finales de 1587 o principios de 1588. Murió en Madrid, habiendo nacido en Italia, a la edad de 102 años y dejó una huella que perdura en el tiempo en lo referido a obras de caridad y devoción a la Eucaristía.

Una vida de película, en la que están presentes varias misiones pontificias. También hay que decir que si sus fundaciones fueron muchas, no fueron menos las fallidas.

A lo que vamos. Con motivo del proceso se ha presentado el “Diccionario Histórico, Biográfico y Enciclopédico del Caballero de Gracia”, editado por Sekotia, una obra de las que ya no se hacen, en la que se ofrece una detallada cartografía del contexto y de la vida de Jacobo Gratij. Voces escritas por especialistas mundiales, de primera.

De la lectura de este Diccionario uno saca la impresión de que el Caballero de Gracia representaba esa modernidad que protagonizó España en ese período de la historia. Una modernidad que procedería también de una fe que se hacía cultura y que daba respuesta a los retos de un tiempo de expansión histórica y de real progreso.

 

Si en el mundo, y en Occidente, triunfó la modernidad que nació del tronco de la ilustración francesa –quizá por obra y gracia de la revolución-, y fracasó la modernidad que propuso la cultura hispánica –excepto en la América hispana-, fue por varios factores que no vienen al caso.

El Caballero de Gracia, por tanto, además de un personaje que se enamoró de España y de lo español representa esa Europa nacional fruto de la más relevante cultura católica reformada. Y ahora no voy a hablar de Trento.

La dirección del libro del que les hablo es de José Ignacio Ruiz Rodríguez y Pier Luigi Nocella; la coordinación, de Pilar Fernández-Mazarambroz y José Ramón Pérez Arangüena y en la comisión técnica han trabajado, Juan Moya, Consuelo Cruz y Fernando Zamora.

Deben, sin duda, estar satisfechos por el trabajo bien hecho.

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