A la búsqueda de un intelectual católico

En un reciente Congreso, organizado por la Fundación Joan Maragall y la revista Cuestiones de Vida Cristiana, en Monserrat, el filósofo catalán Francesc Torralba habló de diez tareas para el intelectual católico hoy.

Le debemos esta síntesis a la siempre inquieta periodista Miriam Díez Bosch en la versión de Aleteia.

La propuesta, a modo de test, sería la siguiente: ¿En cuántas de estas tareas está usted implicado? ¿Echa de menos otras tareas? ¿Le parece que sobran lagunas de las aquí propuestas?

Nadie niega que existan en España intelectuales católicos. Quizá estas tareas, características, perfiles de su tarea, nos ayuden a encontrarlo.

He aquí las consignadas según la versión de la citada periodista:

“1. Descifrar el significado del presente, articular una cartografía del ahora, explorando los vectores que mueven la cultura y los implícitos de la época. Esta tarea requiere tomar distancia y tener la habilidad de detectar aquello noble, bello, veraz y bueno que emerge y, a la vez, entender la oscuridad del presente.

2. Recrear lingüísticamente la herencia recibida, articularla mediante un juego de lenguaje que sea significativo, claro e inteligible para el hombre y para la mujer de hoy. Evitar la caída en el tradicionalismo pétreo, pero también en la novolatría.

3. Mantener un compromiso activo con la racionalidad, identificando sus potencias a la vez que sus limitaciones, evitando caer en el emotivismo, pero también en el racionalismo. Se espera de un intelectual católico que luche contra la credulidad y el fideísmo.

4. Tejer puentes con las tradiciones espirituales y religiosas de la humanidad y, a la vez, con las nuevas formas de espiritualidad laica que emergen al margen de las instituciones formalmente articuladas.

 

5. Articular una llamada profética a favor de los más vulnerables, de los excluidos y de los marginados de nuestra sociedad y actuar en defensa de la dignidad inherente a toda persona humana.

6. No dimitir del criticismo moderno (someter a crítica la posibilidad del conocimiento, sus límites y sus fuentes) y elaborarlo tanto ad intra (en la institución eclesial) como ad extra (el mundo). Vivir el sentido de pertenencia sin complejos y no rehuir del dolor que comporta, en ocasiones, ser miembro de la Iglesia.

7. Apostar por la visibilidad mediática. Existir en el ágora digital, tener la audacia de estar presente en este espacio y de proponer la propia cosmovisión. Rehusar la hipervisibilidad, pero también la tendencia a la marginalidad y el refugiarse en el calor del rebaño. Salir fuera, tener la audacia de estar en la plaza pública y, si conviene, de ser herido.

8. Comprometerse con las causas nobles de la sociedad. Luchar contra el puritanismo moral y el perfeccionismo, la moral de élite y la tendencia a jugar el papel de espectador neutral. No hay neutralidad para el intelectual católico. Es necesario ser actor y no ser espectador pasivo del mundo. Velar por mejorar el mundo, implicándose en las organizaciones que transforman la sociedad.

9. Reconocer y amar las grandes producciones artísticas, culturales, filosóficas de la cultura laica, también del gran ateísmo del siglo XIX y XX y del humanismo ateo en todas sus formas. No dejarse provocar por el laicismo de vuelo gallináceo.

10. Articular un discurso esperanzado, capaz de combatir racionalmente la tendencia al nihilismo histórico y, especialmente, no dejarse vencer por el desánimo de los eventos. El intelectual católico debe combatir el cinismo en todas sus formas, también el que puede nacer en su interior”.

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