Y ahora la supresión de la Compañía de Jesús

El papa Clemente XIV disolvió la congregación fundada por San Ignacio de Loyola el 21 de julio de 1773.
El papa Clemente XIV disolvió la congregación fundada por San Ignacio de Loyola el 21 de julio de 1773.

Qué juego nos da la historia. Este 21 de julio pasado se cumplieron 250 años de la supresión pontificia de la Compañía de Jesús. Uno de esos hechos históricos que nos permiten calibrar el sentido, el significado y la enseñanza de la historia.

Los jesuitas, al servicio del Pontífice, su Compañía, con un voto especial de fidelidad y obediencia para las misiones, son suprimidos por el Papa Clemente XIV con el breve “Dominus ac Redemptor”, de 21 de julio de 1773.

Será el Papa Pío VII, el día 7 de agosto de 1814, quien en la bula “Sollicitudo omnium ecclesiarum” les restablezca o restaure.

La supresión estuvo precedida por la expulsión de Portugal y sus dominios en 1759, a la que siguió la supresión en Francia en 1764 y las expulsiones de España y sus posesiones en 1767, y de Nápoles y Parma en 1768.

Esta decisión de Clemente XIV supuso que la Compañía dejaba de existir, disolución de provincias, pérdida de bienes, superiores destituidos.

Desde la supresión hasta la restauración pasaron cuarenta y un años, en los que la pervivencia de la Compañía se mantuvo en un grupo de verdaderos jesuitas que vivieron como tales en un rincón de Europa.

Por cierto que son muy interesantes las actitudes de los Papas Pío VI y Pío VII durante la supresión. Cada día que pasa me confirmo que ahora lo que hay que hacer es estudiar historia de la Iglesia.  

Tomo de mi siempre admirado P. Manuel Revuelta González, que Dios haya acogido en su gloria de historiadores eminentes, la referencia de este complejo proceso, que me parece no hay que olvidar por si acaso.

La supresión se produce en el contexto de las monarquías absolutistas de la segunda mitad del XVIII que dominaba las Iglesias, y a los obispos, con un regalismo exacerbado no alejado de desviaciones teológicas. El despotismo ilustrado jugaba también su papel.

 

Me interesa especialmente el aspecto de lo que el P. Manuel Revuelta describe así:

“La difusión de los grandes tópicos contra la Compañía fue una de las empresas de Pombal, desde la expulsión de Portugal en 1759. Los libros y panfletos fueron divulgados por escritores sin escrúpulos como Plantel, de manera que puede hablarse de una red publicística antijesuítica perfectamente organizada en toda Europa. Lo políticamente correcto era el antijesuitismo. Las doctrinas de los jesuitas estaban prohibidas en los seminarios y universidades y hasta las devociones, como la del Sagrado Corazón, fueron atacadas como extrañas y heterodoxas”.

Ya se ve cómo funcionan las recurrencias en la historia.

En el artículo conmemorativo de esta efeméride que ha escrito el jesuita P. Wenceslao Soto Artuñedo, en la página oficial de la Compañía de Jesús, dice que “se ofreció a los ex jesuitas pasar a otras órdenes religiosas, pero la mayoría permaneció como sacerdotes seculares, sin vida comunitaria y sin sotana jesuita. Se sintieron víctimas de una persecución contra la Iglesia y la sublimaron identificándose con Jesús en su pasión, por lo que se ilusionaban con presuntas profecías sobre el fin de sus calamidades. No podían acceder fácilmente a los ministerios sacerdotales y se dedicaron a fomentar la cultura, la investigación y la literatura. Algunos de los hermanos coadjutores y estudiantes españoles se ordenaron sacerdotes, y otros 136 se casaron, juntando entre todos 429 hijos”.

Por último, recomiendo la lectura del extenso Breve “Dominus ac Redemptor” de disolución, de Clemente XIV, sobre todo cuando dice aquello de:

“Además de esto mandamos, é imponemos precepto en virtud de santa obediencia, á todas y á cada una de las personas eclesiásticas, así regulares, como seculares, de cualquiera grado, dignidad, condición y calidad que sean, y señaladamente á los que hasta aquí fueron de la Compañía, y han sido tenidos por individuos suyos, de que no se atrevan á hablar, ni escribir en favor, ni en contra de esta extinción, ni de sus causas y motivos, como ni tampoco del instituto, de la regla, de las constituciones y forma de gobierno de la Compañía, ni de ninguna otra cosa perteneciente á este asunto, sin expresa licencia del Pontífice Romano”.

¡Dios mío, qué historia!

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