El acoso al cardenal Rouco

No sé si las Femen vinieron de Ucrania o de las Islas Vírgenes. Qué más da. Tampoco sé muy bien quién las financia, cómo están consideradas técnicamente por la policía –si grupo anarquista revolucionario, antisistema, proliberacion sexual, fundamentalista…-. Pero lo que sí sé es que, según se desprende de sus páginas web internacionales, expresan un profundo odio al cristianismo y a la Iglesia, y que no pocas de sus afirmaciones caben dentro del capítulo de las simples y llanas blasfemias. Amén de estar impregnadas de ideología abortista, homosexualismo radical y cristianofobia. 

Lo ocurrido, y ya no es la primera vez, con el cardenal Rouco Varela, el pasado domingo, provoca una serie de preguntas que no deben pasarnos inadvertidas. Por cierto, seguro que el cardenal Rouco Varela, bregado en la dialéctica de la revolución del 68 en Alemania, hubiera preferido debatir públicamente con el líder marxista más radical que ser el blanco de ese acto bochornoso. 

Primero, los medios de comunicación y su papel en esta historia. Por analogía con los revolucionarios, y también con los terroristas, las acciones de estos grupos, que pretenden alterar el sistema de la normalidad social, tienen una primera y principal finalidad publicística, a la que se suma la reivindicación a partir del lema que proponen. 

¿Qué ocurriría si los medios de comunicación no se hicieran eco de estas astracanadas de estas aprendices de valquirias, con perdón de Wagner? No se trata solo de que la prensa de izquierdas alimente el imaginario de la obligación ideológica de la denuncia a la Iglesia, en la persona de sus representantes más destacados y públicos, por el hecho de sostener tesis contrarias al progreso. De lo que se trata es de romper con esa dinámica que se inicia con la llamada de las responsables de prensa de este movimiento, por definirlo de alguna forma, a una serie de fotógrafos para que ofrecerles el lugar y la hora de la acción reivindicativa. Y de entre estos fotógrafos, y cámaras, hay que destacar los de los medios públicos, que pagamos con el dinero de nuestros impuestos, por cierto. 

También surgen preguntas sobre la responsabilidad de la policía. Sorprende que, en esta ocasión, los fotógrafos y las cámaras de destacadas televisiones tuvieran cumplida noticia del lugar y de la hora, y de la persona sobre la que se actúa, y no lo supiera la policía. Y, si lo sabía, ¿cómo es que no impidió el acoso y la algarabía, por decirlo finamente? No es creíble que la policía no mantenga un seguimiento de estos grupos que tiene como única legitimidad de sus actuaciones la alteración del orden público, con efectos no deseados, como el hecho de que pueden iniciar una dinámica de violencia. 

Otra cuestión, la financiación de estas jóvenes. A partir de algunos estudios, M. Introvigne por ejemplo, se ha afirmado que las activistas cobran un sueldo, que procede de unos fondos opacos. El documental de la australiana Kitty Green sobre las Femen señala que este movimiento fue creado por un empresario ucraniano, Viktor Sviatsky, para “tener chicas”. Sin comentarios.

José Francisco Serrano Oceja


 
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