¡Salid a la calle!

En una columna anterior me referí a la homilía del Papa Juan Pablo II, hace veinticinco años, en la catedral de La Almudena. Una homilía, en el libro conmemorativo de ese viaje editado por la BAC, glosada por el buen amigo Eugenio Nasarre.

De entre los discursos pronunciados por san Juan Pablo II esa semana, el de la Almudena tuvo una clara incidencia en la dimensión pública de la fe. Una homilía que hay que relacionar, por la coincidencia de temas propuestos, con la alocución que el Papa dirigió a los obispos reunidos en la sede de la Conferencia Episcopal Española.

Una sola citada de lo que se oyó en Añastro que merece la pena rescatar, así, a vuela pluma: “El ocultamiento de la verdadera doctrina, el silencio sobre aquellos puntos de la revelación cristiana que no son hoy bien aceptados por la sensibilidad cultural dominante, no es camino para una verdadera renovación de la Iglesia ni para preparar mejores tiempos de evangelización y de fe”.

Juan Pablo II lanzó en la catedral de Madrid una de las interpelaciones más interesantes a la conciencia católica de la época contemporánea. En aquella sociedad, por cierto, estaba ya incoada la actual. Asumiendo que vivimos “en una sociedad pluralista”, insistió en que “se hace necesaria una mayor y más incisiva presencia católica, individual y asociada, en los diversos campos de la vida pública. Es por ello inaceptable, como contrario al Evangelio, la pretensión de reducir la religión al ámbito de lo estrictamente privado, olvidando paradójicamente la dimensión esencialmente pública y social de la persona humana”.

Y, a renglón seguido, pronunció con fuerza la siguiente frase: “¡Salid, pues, a la calle, vivid vuestra fe con alegría, aportad a los hombres la salvación de Cristo que debe penetrar en la familia, en la escuela, en la cultura y en la vida política!”.

Salid a la calle fue la invitación, la interpelación, del Papa. ¿Qué ha ocurrido en estos veinticinco años? Pues parece que o no se cogió el guante o el que se cogió se ha deshilachado.

Algunas de las iniciativas de ese período, de presencia pública de la fe, se han disuelto como azucarillo. La presencia pública, en la calle, por ejemplo, de las Jornadas de la Familia, pertenecen a la memoria. Es curioso que, en España, la calle volvió a adquirir un protagonismo social a partir de ese momento. De hecho, hubo incluso cambios de gobierno repentinos que se gestaron en la calle. Aún hoy la calle es laboratorio de ideas y tendencias, de reivindicaciones y formas expresivas.

Juan Pablo II invitó a los católicos españoles a salir de la sacristía, a una presencia incisiva católica, individual y asociada, en los terrenos de la familia, la escuela la cultura y la política. No seré yo quien niegue que se dan algunos casos individuales de esa incisiva presencia pública. Pero la realidad asociada es prácticamente inexistente.

¿Cómo articular hoy una respuesta adecuada?

 


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