De Ratzinger a Bergoglio

Es frecuente, demasiado frecuente, harto frecuente, que los medios, y los mediadores, pontifiquen sobre las diferencias entre Benedicto XVI y Francisco. Da la impresión de que es el ejerció más fácil, que requiere menos esfuerzo, siempre relacionado con la práctica de lo aparente. Pero no es común lo contrario: establecer la lógica de la continuidad de los pontificados. 

Alberto Methol Ferré, filósofo uruguayo, inspirador y alentador intelectual del entonces cardenal Quarracino y, posteriormente, de su sucesor, el cardenal Berboglio, recuerda en uno de sus ensayos, en el horizonte de la contribución de la Iglesia de América Latina al siglo presente, y a la Iglesia universal, la gran aportación de Ratzinger, Benedicto XVI, a lo específico de la concepción de la liberación y de la libertad cristiana en la clave de la propuesta integral de redención. Incluso, en la cuestión del protagonismo de los pobres para la Nueva Evangelización.

Si bien es cierto que cuando escribía Methol Ferré aún no había sido elegido el Papa Francisco, no pocas de sus afirmaciones tienen un sentido de anticipación, de profecía. Y la clave es la deslegitimación que Benedicto XVI hizo del relativismo como dogma cultural dominante.  

El texto de Joseph Ratzinger con el que intervino sobre la teología de la liberación, sobre todo el de 1986, da continuidad y desarrollo al mejor pensamiento teológico latinoamericano, por la manera en que conjuga libertad cristiana y liberación desde las primeras líneas: “La redención es la liberación en su significado más profundo, porque ella nos libera del mal más radical: el pecado y el poder de la muerte”. Parafraseando a Goethe, “el hambre y el amor guían la historia”; se podría decir el hambre, en el fondo, es una amenaza de la muerte; la muerte y el pecado son más totalizadores que el hambre: ¿quién guía la historia?, ¿el amor o la muerte? 

Es Ratzinger quien propone la relación entre pobres y cultura de forma novedosa, en la medida en que la dignidad humana y el conjunto de libertades civiles que derivan del reconocimiento de tal dignidad es una adquisición relativamente reciente. No en todas las culturas los pobres han sido reconocidos como titulares y copartícipes de una dignidad propia del hombre en cuanto tal. Ésta es una característica que introdujo el cristianismo en la edad moderna, hasta tal punto que sin ella no existiría ni siquiera la así llamada modernidad. 

El ejercicio pleno de libertad está implicado en la idea misma de liberación. La idea cristiana de redención, la misión, supone la lucha contra la pobreza, así es desde el nacimiento de la Iglesia. 

Pero demos un paso más y preguntémonos por la relación entre el dogma principal del tiempo presente a nivel cultural, el relativismo y la cuestión de los pobres. El relativismo se relaciona con la marginación de la exigencia de verdad de la persona y su expulsión del tejido social. Una suerte de esta naturaleza, en el mundo globalizado, es muy grave para los pobres, porque afecta a la exigencia de sacrificio y de amistad hacia el prójimo. 

Es imposible que de una visión relativista práctica del mundo surja la necesidad de un compromiso con los pobres. En este sentido la alarma de Habermas se puede compartir una vez más: “Los mercados y el poder administrativo expulsan cada vez más ámbitos de la vida de la solidaridad social”.

El relativismo es la ética del hombre solitario, cuya soledad en un determinado momento puede coincidir con la soledad de los demás. Los solitarios pueden decidir ocuparse de los pobres, pero no logran construir una solidaridad real, que se funda en el sentido de la corresponsabilidad original entre hombre y hombre. En ellos, en los relativistas, la solidaridad solo puede ser circunstancial, un acuerdo, pero no una dimensión estable, una intrínseca exigencia obligatoria. El amo de la relación seguirá siendo cada una de las individualidades que establecen el significado de cada relación concreta; mientras que la obligación moral es un imperativo que se presenta como constitutivo del ser hombre de cada uno. 

 

Benedicto XVI, una vez más en un nuevo tema, desmenuzó el camino al Papa Francisco.  

José Francisco Serrano Oceja


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