Quince hombres buenos…

La gran persiana metálica de la puerta principal de la sede del PP en la calle Génova había dejado de ser persiana y se había convertido, el pasado sábado, en una muralla medieval. Salvar el bastión proclamaba.

Un muro de contención programática impedía que desde el interior de la sede del partido de las antiguas clases medias españolas se viera lo que ocurría en el exterior. Incomunicación, por tanto, entre un alma consumida y blindada por el aparato de la sociología orientada, y el alma exterior, que es la vida misma de España.

La manifestación por la vida, organizada por esa sociedad civil de la defensa de lo básico, fue solo una oportunidad para que mieles de las familias, -porque el sujeto de esa manifestación fueron las familias-, expresaran el descontento con las decisiones políticas de un gobierno que no cumple sus promesas.

España se ha fragmentado en varias Españas del descontento. Si Podemos es un fenómeno de desarraigo cabreado con el sistema; la manifestación del pasado es otra expresión del malestar cultural y social de Occidente, de los valores que conforman históricamente a España. ¿O acaso el PP piensa que tiene otros valores de legitimidad social que hacen posible el juego de tronos de la política?

Quienes se manifestaron el pasado sábado en Madrid, y transitaron por la historia y por una calle Génova en la que se palpaba que el PP les ha dado la espalda, saben que el problema no está en el miedo a Podemos, a la izquierda, al frente popular o a las cantinelas de la demagogia. El miedo, que atenaza la historia, es a la incertidumbre; y la incertidumbre siempre ha sido la flecha que amenaza la inseguridad de quienes creen en la propiedad privada, el orden y la naturaleza.

Pero los sociólogos se olvidan que no pocos de los que allí estaban, añaden a la trilogía de la responsabilidad pública, la fe, ese factor puede hacer que la coherencia de no pocos impida votar como votaron en las pasadas elecciones y producir el efecto de que frente al miedo dejarse mecer en manos de la providencia y facilitar una purificación interna en el PP. La fe, como Providencia, frente al miedo que se ha instalado en el apocalipsis cotidiano de una España enfadada.

Paseando por la calle Génova, imaginé quince hombres y mujeres, buenos y buenas, diríamos en versión rimada, del PP, quince diputados populares –algunos de ellos por allí andaban-, más o menos, hubieran podido plantarse en primera instancia ante la incoherencia de Rajoy y pedir su pase al grupo mixto, en coherencia con lo que prometieron a sus electores. 

Después de aclarar que su política sería la del PP, excepto en esta materia, podrían haber lanzado un aviso a navegantes y hacer que el gobierno se tambalease, y hacerlo como ejercicio de denuncia profética. Con quince diputados hubiera sido suficiente para decirle a Rajoy que la vida sí importa, y que la economía está en función de la vida, y no viceversa. No todo es política ni todo es economía. 

Quince hombres buenos que, al final, se quedaron en cuatro. Insuficientes votos para una política y una sociedad insuficiente… que se desangra.

 
                                              

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