El Papa y el futuro geovital del cristianismo

Ha concluido el viaje del Papa Francisco al futuro geovital del cristianismo. Sri Lanka y Filipinas son dos países que para el pontificado contemporáneo, –no olvidemos que fueron las estaciones obligadas de los viajes del Papa Pablo VI y Juan Pablo II-, la base del proyecto de presencia católica en la geografía de uno de los nutrientes poblacionales y vitales de la humanidad.

El viaje comenzó con un prólogo de lujo, que no debiera pasar inadvertido, el discurso del Papa Francisco al Cuerpo Diplomático acreditado en la Santa Sede. Un discurso que representa la fotografía de los colores de humanidad del mundo en el que vivimos, y en el que habitamos. Si este discurso es una mirada en profundidad al orden que emerge del pulso de humanidad en el planeta, el Papa propone su cosmovisión, la nacida del nacimiento del Niño Dios. El Papa es muy consciente de que la definición agustiniana de paz es la de la tranquilidad del orden, y que, de entre los retos principales a los que se enfrenta el mundo globalizado, nos encontramos con las relaciones entre las diversas revelaciones, tradiciones religiosas, que son principios de orden en lo integral de lo humano.

La postmodernidad repite que el mundo en que vivimos es un mundo policéntrico. Y el Papa lo sabe, y nos lo recuerda constantemente con su formulación de la geovital de las periferias. Mientras que en el mundo que vivía con un centro, dos a lo sumo, el orden nacía desde ese centro; ahora el mundo vive con muchos centros, y con las formas de ordenación de la realidad, lógicas de sistema, que parten de esos centros. De ahí la invitación del Papa a salir a las periferias y establecer las bases de la propuesta cristiana en diálogo con los principios emanados de los múltiples centros que dan forma a la globalidad.

En este sentido, no podemos olvidar que en Asia viven 4.200 millones de personas, de las cuales solo 134, 6 millones son cristianos, y que la media de crecimiento del catolicismo allí es muy superior al occidental. Cuando la fe llegó a África, se encontró con las religiones tribales, desestructuradas; cuando llegó a Asia –el espíritu de san Francisco Javier-, se topó con las grandes religiones de la humanidad, y con unas culturas que habían permeado el ethos religioso en su política y en su identidad.

De ahí la importancia del viaje que el Papa acaba de hacer, dado que está contribuyendo, sobre el terreno, desde la periferia, a asentar las bases del nuevo orden global y del futuro geovital del cristianismo, con los mimbres de una invitación a una experiencia auténtica del Evangelio y del encuentro con Jesucristo. Filipinas evangelizadora del continente asiático, como ha señalado el último día.

De los mensajes del Papa destacaría dos: la relación entre santidad y pobreza –la Iglesia como fecundidad en esa relación vital- y la familia, como espacio natural de lo humano.

La defensa del Papa Francisco de la Encíclica de Pablo VI “Humanae Vitae”, -aviso para el próximo Sínodo-, en este viaje, es un signo de profestismo frente a lo colonialismos humanos que son fruto de la cultura del descarte. Un profetismo que ya se vivió en la América del sur frente a la políticas antinatalistas, y colonialistas,  de varios gobiernos norteamericanos en los años sesenta y setenta. 

 
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