Lecciones de una elección

El proceso de cómo ha ocurrido la elección de secretario es relevante, una vez más. Máxime para un grupo, colectivo se le llamaría ahora, que si por algo se caracteriza es por la libertad, interna y externa. Los obispos, cuando se reúnen en Asamblea Plenaria, y votan en ciencia y en conciencia, suelen dar más de una sorpresa. Quizá porque sólo tengan que rendir cuentas a Dios, y a la historia, que aplaza a lo largo del tiempo sus sentencias. 

Cumplidos los trámites habituales, llegó a la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal el recado de dos candidaturas avaladas por obispos. Una traía 17 firmas y la otra 14. La primera, referida al sacerdote José María Gil, a quien habían señalado el eje comunicativo del Pontificado de Benedicto XVI, Monseñor Celli y el Padre Lombardi, hace ya mucho tiempo. La segunda, para el obispo de Guadix-Baza, el almeriense monseñor Ginés Beltrán, un obispo acreditado del que, sin lugar a dudas, se hablará en más ocasiones. Por lo tanto, dos plazas ya cubiertas de una terna a la que había que sumar la renuncia del obispo auxiliar de Getafe, monseñor José Rico, al que muchos daban como seguro candidato. El pueblo episcopal había hablado y ya se oían esa noche los primeros cantos de victoria. 

Y llegó la elección por una más que cualificada mayoría a favor del sacerdote y periodista José María Gil. Una elección por sí mismo, por lo que representaba y por lo que se le asignaba en cuanto al futuro de la Conferencia. Sin lugar a dudas, ésta elección no lo ha sido solo por lo que ha ocurrido en el paso inmediato sino por lo que va a ocurrir en la próxima Asamblea. 

José María Gil recuerda la historia de Jesús Iribarren que, en sus memorias –dato que me permití recordar en un texto reciente-, ofrece la clave de su ministerio al frente de la Secretaría General de la Conferencia a través la conjugación de verbo “servir”. Una conjugación que rememorar el tan ignaciano, y Franciscano, “en todo amar y servir”. 

Es posible que los obispos hayan apuntado a una comprensión del ejercicio de ese cargo en el nivel del servicio, que, por cierto, está en la naturaleza eclesial y canónica de la Conferencia, y no en la prescripción ni en la pretensión de indicación de dirección o de apuesta. Servicio y coordinación, dos sinónimos en esta tarea.

José María Gil conoce hasta la última sombra de la Calle Añastro. En los diez años de trabajo diario, unas veces, se ha alegrado; otras, se ha entristecido; las menos ha sufrido y las más ha servido. Sabe que la historia no se repite, a lo sumo se imita o se supera. Los obispos han designado un hombre de la casa para trabajar por la casa. 

Este nombramiento supone, sin lugar a dudas, un cambio de eje, un cambio en la historia. Los reflejos de la elección del Papa Francisco, de la que José María fue testigo privilegiado, se han percibido como si hubieran sintonizado una onda que no es ni media, ni corta, ni larga. Ha comenzado una etapa nueva, y se le ha dado un plazo al secretario general de seis meses para “preparar el camino” a quien tenga que ponerse a la cabeza. 

Sacerdote y periodista. El ministerio sacerdotal y la comunicación, dos claves del pontificado del Papa Francisco. ¿O acaso no es eso lo que el pueblo de Dios, y los hombres de buena voluntad, reconocen del Papa: el párroco del mundo y un magnífico comunicador?  

Pendientes quedan otras preguntas que habrá que ir contestado a lo largo de los trabajos y de los días…

 

Seguimos. 

José Francisco Serrano Oceja


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