Julián Marías que estás en los cielos…

Estuve en el Casino de Madrid el día en que se cumplía el centenario del nacimiento de Julián Marías. Hablaron sobre el maestro J. M. Blecua, H. Carpintero y G. Salvador, académicos, para más señas.

Glosaron el pensamiento y la persona, la personalidad, de Julián Marías, y faltó una referencia al cristianismo. Hubo quien me dijo, incluso, que había pocos curas. Curas y jóvenes, sic transit…

Tampoco hay que estar en pejigueras. Es una cuestión de naturaleza y gracia, de natural y sobrenatural. Pero alguien tendrá que reivindicar que Julián Marías ayudó al pensamiento cristiano, y a la Iglesia, a dar respuesta y a estar a la altura de su tiempo.

A Julián Marías, un maestro en un mundo complejo, le interesó siempre tomar las riendas de la historia y el pulso de la vida entre las lágrimas de tinta de los periódicos y la palabra viva de las conferencias, géneros que definen un éthos y configuran una forma mentis peculiar de la sociedad del conocimiento.

Frente a una historia en la que crujía la dialéctica de la modernidad y de la postmodernidad, en una España que se debatía en sus criterios de inteligibilidad, inteligibilidad del hombre como historia y en la historia, del hombre biografía, en un pensamiento que hacía tiempo había dictado la muerte de Dios y se encontraba con la muerte del hombre, Julián Marías era bálsamo para quienes habían recibido la herencia de una fe vivida culturalmente y necesitaban una fe sentida vitalmente. Con Julián Marías era muy difícil desdeñar intelectualmente y socialmente el cristianismo.

Siempre me ha apasionado un libro de Julián Marías especialmente interesante en este momento, recién reeditado, “España inteligible”. Lo leí nada más salir a las librerías, y tengo subrayado un párrafo que dice: “De hecho, ha sido la religión cristiana la que ha hecho participar a millones de hombres, durante casi dos milenios, de esa visión de lo real, y en particular de la humana, en que va inclusa la interpretación más honda del pensamiento creador de Occidente”.

El cristianismo está en una situación extraña que consiste, nos dirá el maestro, en ser cristiano. Ser cristiano enloquece al hombre griego y al hombre romano. Ser cristiano es una forma de ser personal que rompe con las convenciones y que, amén de definirse como un absurdo histórico, se transforma en escándalo, en diferenciación. Otra cuestión será que nos hayamos acostumbrado a ser cristianos. Y ese acostumbramiento nos impide entender la novedad radical del cristianismo y del ser cristiano en lo personal.

Gracias, maestro, que estás en los cielos… de la admiración y el respeto.

José Francisco Serrano Oceja

 
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