Hagan juego...

Una de ellas, especialmente virulenta en los últimos días, ha sido la del caso Eurovegas, la ciudad del juego del magnate judío Sheldon Adelson y su implantación en los terrenos de la Comunidad de Madrid. Pese al hecho de que los lugares previstos para su uso pertenezcan a las diócesis sufragáneas, y por tanto el peso de las declaraciones públicas inmediatas recaiga en sus respectivos obispos, el cardenal Rouco, que no se caracteriza por tener miedo a los miuras del presente, ni del pasado, llevó la cuestión a dónde no se esperaba, en un ejercicio de discernimiento singular, sin argumentos repetitivos ni titulares efectivas que incendiaran una compleja cuestión social y política.

Esperanza Aguirre es muy consciente de que los obispos no van a decir otra cosa distinta de lo que han dicho, y por más que no quiera asistir a la ordenación episcopal del obispo auxiliar de Getafe en respuesta a las declaraciones del titular de esa diócesis sobre esta materia, sabe perfectamente que a cada uno lo suyo. Cuando el cardenal Rouco se refirió a la responsabilidad de los políticos dijo ya suficiente.

Habían sido varios los obispos, y los episcopados, que se habían pronunciado sobre la ilicitud moral del objeto del negocio y sobre los peligros que conlleva. Ciertamente, el Catecismo de la Iglesia Católica dice suficiente, y con claridad, sobre el significado de los juegos de azar, la forma de vida que incitan y conllevan, los riesgos, las patologías que rodean ese entramado de vicio. No se trata sólo de hecho en sí del objeto del negocio, sino de lo que acompaña inevitablemente a esta empresa.

Simbólicamente, produce escalofríos pensar que una inversión de tamaña magnitud, si se realiza como tal, con las cifras de puestos de trabajo, esté sirviendo de espejismo a quienes están sufriendo la crisis. Una vez más, los falsos paraísos concluyen en la miseria y en la destrucción del tejido moral de las personas. Para más INRI, la izquierda se había lanzado a una hipócrita campaña cargada de moralismo utilitario, y lo que menos quieren los obispos es que, ahora, y en esta circunstancia, o se les utilice; o aparezcan como los aguafiestas de la única macroinversión que, en teoría, parece generar una corriente de capital y de movimiento financiero.

Pero había que llamar a las cosas por su nombre. Y así, el cardenal Rouco, sin esperar a una previsible nota de la Provincia Eclesiástica, o a un deseado documento de la Conferencia Episcopal sobre la crisis, y sobre las falsas salidas, puso la cuestión en elevación. Y lo que previsiblemente serían titulares de condena se convirtieron en, sin ceder un ápice en el juicio moral de fondo y en el anuncio de los riesgos de degradación moral que entraña, lanzar un reto y una llamada de atención, un ejercicio de motivación profunda para la conciencia cristiana.

Decían los clásicos, que el más o el menos no cambia la especie.

José Francisco Serrano Oceja jfsoc@ono.com

 
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