Así no, Floriano, así no
El Partido Popular tiene un problema con su electorado. En particular, con su electorado católico. En los cenáculos de esa formación política se habla del “otro partido”, de esa masa, no fácilmente cuantificable, de personas que han votado a esta formación en comicios anteriores y que ahora se lo están pensando, en el mejor de los casos.
Un grupo no desdeñable del “otro PP” es el del voto católico, que, hasta el presente, ha sido un voto cautivo. Si bien es cierto que existe un voto, también católico, en los márgenes del PSOE. Un sector, de cristianos progresistas, que ya está sociológicamente con Podemos.
El voto católico del PP es particularmente sensible a cuestiones de identidad, en particular a las referidas a la defensa de la familia y de la vida, y a la educación. Y ahí, hasta el presente, el Partido Popular les ha defraudado. No es descartable que en la recta final de las elecciones generales, Mariano Rajoy se saque de la manga, por la vía de urgencia, alguna medida para paliar el descontento de ese electorado. Hay quien dice que el problema no son las promesas incumplidas, sino la cultural moral, y por tanto, política del partido, y de las nuevas generaciones.
En lo que se refiere a las relaciones con la Iglesia, el partido del gobierno es consciente de que estamos en la época del Papa Francisco, y que este hecho supone un cambio de perspectiva. Atrás quedaron los tiempos del cardenal Rouco en los que se daba una exigencia fuerte en el discurso público. La dimensión social del pontificado parece que beneficia a las formaciones de centro izquierda o de izquierda, pura y dura. Ahora, como repiten os sociólogos en los conciliábulos, la Iglesia no tiene un liderazgo que arrastre más allá del pontificio, y eso se nota.
Y en estas estamos cuando, bajo el paraguas de la estrategia del miedo, llega Carlos Floriano y saca a pasear, instrumentalmente, el argumento de que los electores deben saber que votar a Ciudadanos significa la denuncia de los Acuerdos entre la Iglesia y el Estado. Acuerdos, que no Concordato, por eso de que lo de Concordato suena a los años cincuenta, a la España de Franco. Un argumento que ha cabreado a no pocos, incluso dentro de la Conferencia Episcopal.
En la práctica, Carlos Floriano olvida que los Acuerdos entre la Iglesia y el Estado, con el gobierno del PP, aunque se han mantenido en su estatus, se han ido poco a poco vaciando. Por ejemplo, en la cuestión de la clase de religión. La ley Wert no solo se olvidó de esta materia en el Bachillerato sino que, en la práctica, ha hecho posible que se reduzca, en gran parte de las Comunidades Autónomas, las horas de impartición de esta materia.
Pero lo grave es la instrumentalización que el portavoz popular hace de un argumento referido a la Iglesia. Y esto molesta a no pocos católicos. De la Iglesia, y de lo católico, solo parecen acordarse cuando les conviene y, como ocurre en esta ocasión, para recordar que viene el lobo. Es decir, por un lado, un partido laicista, Ciudadanos, tan laicista como UPyD, y por otro, el Frente Popular de Podemos, que está obsesionado con la espiritualidad New Age y con el gnosticismo pseudomístico.
Quizá la estrategia del partido popular, que nunca ha tenido una mayoría tan evidente de legitimidad social en su historia, deba ser preguntarse por qué un electorado tan suyo, que hasta ahora le era natural, se les está yendo de las manos. Un partido que ha sembrado la desideologización y que ahora se enfrenta con la emergencia de la ideología pura y dura. Un partido que lo ha fiado todo a la economía y que se dará cuenta de que la economía no lo es todo. Razón necesaria, pero no suficiente, para su electorado… ¿católico?