Cierto juvelinismo eclesial

Durante estos días pasados se ha hablado mucho de una encuesta europea sobre los jóvenes y la religión. Y también sobre el documento preparatorio del próximo Sínodo de los obispos sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional.

Recuerdo haber leído, en tiempos quizá jóvenes, el libro del filósofo Carlos Diaz “¿Es grande ser joven?”. Un texto que vacunaba contra el antídoto de esa fascinación acrítica por la juventud, por el juvelinismo.

Es curioso, en 2012 se celebró en Valencia un Encuentro Nacional de Pastoral Juvenil. No ha pasado tanto tiempo, entonces ya existían las redes sociales. Y nadie parece recordar lo que allí se dijo.

Intervineron como ponentes el entonces arzobispo de Valencia, monseñor Carlos Osoro; el obispo de San Sebastián, monseñor José Ignacio Munilla; y el entonces presidente del Pontifico Consejo para los laicos, monseñor S. Rylko.

El otro arzobispo de Valencia se preguntaba por el “juvelinismo” en la Iglesia de esta forma:“¿Cómo hacer posible que quienes se acerquen a los jóvenes dejen de vivir lo que yo llamo “juvelinismo”, es decir, acercarse a los jóvenes si es adulto, no queriendo ser adulto y si es joven abdicando de su misión que es llegar a lo profundo de su vida?”.

Monseñor Osoro, en pleno pontificado de Benedicto XVI, habló en el citado encuentro del relativismo, del encapsulamiento de la persona en sí mismo, del ocultamiento de lo que es la naturaleza y la Revelación, de la desesperanza. Y reivindicó el primer anucio, la necesidad de “testigos y mistagogos”.

Monseñor Munilla se refirió a las heridas de la juventud de hoy: el narcisismo, el pansexualismo,  la desconfianza. Y las respuestas de la Iglesia. El cardenal Rylko disertó sobre la pastoral con los jóvenes ante la emergencia educativa, una glosa del magisterio de Benedicto XVI.

Lo que demuestran esas conferencias es la ausencia de cualquier atisbo de complacencia, de adulamiento de los jóvenes. Quizá no haya que olvidar lo que decía san Bernardo: “El desconocimiento propio genera soberbia, pero el desconocimiento de Dios genera desesperación”.

Este momento eclesial, en el que los jóvenes son protagonistas del presente, es una buena oportunidad para que la Iglesia reflexione sobre cómo puede acompañar a los jóvenes hoy en su camino de madurez personal y vocacional. La alegría de la experiencia del Evangelio, en la que insiste el Papa Francisco, debe facilitar el encuentro personal de cada uno con Jesucristo, del que nace una relación de amistad profunda que satisface los deseos del corazón.

 

Los jóvenes, que se sienten interpelados ante lo auténtico y los transparente, demandan hoy a la Iglesia, de la que ellos forman parte, nuevos métodos, nuevos estilos y nuevos lenguajes que hagan posible un camino juntos de esperanza  creativa. 



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