La sombra de san Agustín se sigue alargando

Acompañar al enfermo para aliviar su cuerpo y su espíritu.
Acompañar al enfermo para aliviar su cuerpo y su espíritu.

No es la primera vez que un lector me da pie para escribir un nuevo artículo, y casi inspirarme su posible título. Me ha sucedido con un amigo, después de leer el último que publiqué: “La sombra de san Agustín en la JMJ de Lisboa”. Yo venía a decir que, bajo expresiones e ideas usadas por el papa Francisco en uno de sus discursos de la JMJ, latía claramente el pensamiento agustiniano.

Concretamente, las famosas palabras al inicio mismo de sus Confesiones: “Nos has hecho, Señor, para ti; y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. Era mi intención resaltar cómo una fe viva que se abre al amor y a la esperanza de contemplar a Dios después de la muerte, llena de sentido la existencia y cuanto nos acontece. En cambio, si falta la luz de la fe y de la esperanza en un más allá de felicidad con Dios, entonces los sufrimientos y los momentos de tribulación e incertidumbre, etc., que nunca faltan, pueden llevarnos a la amargura de la tristeza y desolación.

Mi amigo, sin duda, se quedó con esa referencia de san Agustín a la felicidad eterna que nuestro corazón encontrará en Dios, y que anima en circunstancias especialmente difíciles. Prueba de ello es que nada más leerlo me envió este whatsapp: “Eso es lo que les dice el Delegado de Pastoral de la salud, de la diócesis de Madrid, a los enfermos más enfermos: ‘Todo va a ir mejor. Lo mejor está por llegar’”.

Se comprende por eso, que se me haya ocurrido “alargar la sombra de san Agustín” más allá de la JMJ y, con su mensaje de fe, verla ahora presente junto al lecho de los enfermos más necesitados, para avivar su esperanza, si son creyentes. Y, si no lo fuesen, para suscitar en ellos, con la cercanía del calor humano y de la caridad que se les ofrece, alguna luz que abra su corazón a la misericordia divina, siempre infinita y a nuestra espera. Bien lo experimentó Dimas junto a la cruz de Jesús, al oír sus consoladoras palabras: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43)

Cuando comenté todo esto con José Luis -que así se llama el referido Delegado de Pastoral-, su respuesta confirmó mi intuición: la sombra de san Agustín, con su famosa frase del “corazón inquieto hasta que descanse en Ti”, se sigue alargando más y más. Me dijo que no solo emplea frecuentemente ese estímulo de la fe con los enfermos, sino con todos: “¡Y también se lo recuerdo a los sanos!, porque les digo: ¡hay que vivir con la alegría de saber que lo mejor está por venir!”. Me parece excelente que este agente de pastoral de la salud avive la esperanza de la gloria futura, no sólo a los enfermos terminales, sino a todo el mundo.

Además, también me comentó que la expresión de “lo mejor está por venir”, no era suya sino del papa Francisco, en una de sus catequesis. Recordé, en efecto, que dedicó algunos discursos a las personas ancianas, para avivar la esperanza teologal. Sus consideraciones están en la línea agustiniana que vengo diciendo, en torno al descanso de nuestro corazón en el gozo de Dios. Decía Francisco: “Nuestra vida no está destinada a cerrarse sobre sí misma, en una imaginaria perfección terrenal: está destinada a ir más allá, a través del paso de la muerte, porque la muerte es un paso. Ciertamente, nuestro lugar estable, nuestro punto de llegada no está aquí, está junto al Señor, donde Él habita para siempre.” (Francisco, Catequesis, 10-VIII-2022).

Después, en ese mismo discurso, alentaba a los ancianos a “difundir la alegre noticia de que la vida es una iniciación para una realización definitiva. Y lo mejor está por llegar. ¡Que Dios nos conceda una vejez capaz de esto!”.

Todas estas consideraciones, en realidad, tienen su fundamento más allá de san Agustín porque, a través de san Pablo, enlazan con la promesa misma de Cristo, en quien todo tiene apoyo y solidez. Por eso, sin huidas de lo cotidiano y con los pies pegados al suelo para enfrentar las batallas de cada jornada, conviene tener muy presente lo que decía san Pablo: “Somos coherederos de Cristo, con tal de que padezcamos con él, para ser con él también glorificados. Porque estoy convencido de que los padecimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria futura que se ha de manifestar en nosotros” (Rm 8, 17-18)

Y al fin, decía, todo encuentra su fundamento en Jesús, que nos alienta con sus palabras: “No se turbe vuestro corazón. (…) Cuando me haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo esté también estéis vosotros” (Jn 14, 1.3) ¿Cabe mayor promesa de felicidad y alegre esperanza? La mano del Señor sigue tendida. Vale la pena tomarla: con Él, las sombras de la vida dejan de serlo, y aparece la luz que nos dice que “lo mejor está por llegar”.                                                                                                                                              

 

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