Que los árboles no impidan ver el bosque
Vaya por delante que un solo abuso es ya merecedor de firme condena sin paliativos, y motivo de reparación para la víctima; no digamos nada si se trata de muchos. A la vez, poderosos medios de comunicación, grupos políticos y de variadas ideologías, presos de un llamativo ardor purificador, los presentan de tal modo que diríase que buscan, sobre todo, la denigración y culpabilidad global de la Iglesia. Al final, el veredicto incriminatorio sobre unas personas resultaría proyectado al conjunto, haciendo que árboles corruptos -pocos miles de fieles en todo el mundo- impidan ver la verdadera dimensión del bosque completo, que supone alrededor de mil trescientos treinta millones de católicos en los cinco Continentes. El dedo acusador, sin embargo, parece dirigido a toda la Iglesia y ¡qué casualidad!, solo a la católica.
Con todo, puntualicemos para no llamarnos a engaño: la Iglesia, en cuya santidad creen quienes confiesan el Credo, no es, ni de lejos, cuestión de números ni de proporciones entre árboles “malos” y “buenos”, con resultado positivo para estos últimos. Y esto, por la sencilla razón de que todos somos pecadores, con solo dos excepciones: Cristo, Cabeza de la Iglesia, y María, su Madre.
Estamos ahora en una gran batalla y por lo que me decía recientemente Iñigo, un amigo que trabaja en Bruselas, el diablo no está dormido. Transcribo sus palabras: “Con todos mis respetos, como hijo de la Iglesia, me duele que se metan con mi Madre…desde dentro… Me suena al humo de Satanás, que dijo san Pablo VI”. Se refería a lo que este Papa expresó el 29 de junio de 1972: “Por algún resquicio ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios”. Pero nada hay nuevo bajo el sol: ya se metió el diablo en el grupo de los doce apóstoles, haciendo que Judas traicionara al Señor. Algo análogo ha sucedido hoy en esas personas que, por su mayor cercanía a Cristo, en virtud del sacerdocio ministerial, lo han traicionado abusando de los pequeños: su conducta es aún más execrable.
En toda batalla importa individuar bien al enemigo; en este caso el blanco han sido los obispos, como si ellos solitos fueran la Iglesia entera ¡Y vuelta a tomar el bosque por unos cuantos árboles! También esto viene de lejos: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas”, dijo el Señor. Las acusaciones globales contra los pastores -más si se consigue la división entre ellos- repercuten en daño directo de la grey entera. Frente a una difusa y generalizada culpabilización de haber encubierto a los abusadores o no haber hecho todo lo debido, baste como botón de muestra el ejemplo de un pastor -que ha sido vicario de Cristo-, al que hoy pretenden miserablemente denigrar: el Papa emérito Benedicto XVI.
Reconozcamos que cabe aplicar a la Iglesia el refrán “no todo el monte es orégano” porque, junto a muchísimas plantas silenciosas y aromáticas como es el orégano, no faltan otras -pocas en comparación- que desprenden olores fétidos. Pero ya se sabe que hace más ruido un árbol que cae, que otros muchos que crecen sanos y silenciosos en el mismo bosque.
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