El Sábado Santo del silencio

Sábado Santo
Sábado Santo

Sábado Santo, el día del gran silencio porque el Señor Jesús está en el primer sagrario que es el sepulcro, aunque en realidad el primero fue el seno de María Santísima. Hace pocas horas Ella ha recibido de su Hijo en la cruz la gran misión: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Y comienza a ejercer como la Madre de todos: de Juan y de aquellas mujeres buenas que la acompañan.

La piedad cristiana se ha decantado en joyas del arte: pinturas, esculturas, retablos, poemas… Vamos a detenernos ahora en el retablo pintado por Van der Weiyden que se conserva en el museo del Prado, y luego en el gran poema del Stabat Mater de Jacopone da Todi.

Un descendimiento

En ese Descendimiento del Prado los rostros y las posturas lo dicen todo, mientras Jesús comienza su descanso en los brazos de su madre María. Ella está atendida por Juan y languidece caída y deshecha en lágrimas. Una belleza formal que, sin embargo, no corresponde con el evangelio de Juan cuando afirma como testigo que María Stabat, es decir permanecía en pie, sufriendo con entereza pero no desmayada. Una jornada pues de silencio para acompañar el dolor de María y hacer propósito de mantener la verticalidad de la fe en el mundo: en la familia, en el trabajo, y en la convivencia.

Con la fe también buscamos la esperanza en estas semanas de dolor y muerte causados por la pandemia del coronavirus, cuando experimentamos además la caridad y empatía de una sociedad sana, que se reúne para aplaudir a quienes trabajan en la vanguardia, y en realidad a todos.

La Pasión de Cristo y su muerte es hoy la pasión y muerte de los enfermos del cuerpo y del alma, ha señalado el Papa Francisco. Por todos ellos pide la Iglesia cada día en las Misas sin pueblo presente, si bien son participadas por millones de fieles en comunión con la Iglesia universal presente en la tierra, en el purgatorio y en el Cielo, donde «no habrá ya muere, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque todo lo anterior ya pasó»

El Stabat Mater

Así lo expresa el poema: «Estaba la Madre, dolorosa y llorosa junto a la cruz en que pendía su hijo./ Su alma gimiente, contristada y doliente, fue atravesada por la espada/ (…) ¿Qué hombre no lloraría viendo a la Madre de Cristo sufriendo en tato suplicio? ¿Quién no se entristecería si contemplara a la Madre doliéndose con su Hijo?»

Se habla poco de fidelidad y se practica menos. Hay poderosas razones humanas para ser leales a los compromisos, como estamos haciendo la mayoría de los ciudadanos y vemos principalmente en los profesionales de la sanidad, los repartidores, las fuerzas armadas y tantos otros. Sin embargo sufrimos también malos ejemplos de incoherencia, de mentiras y de licuar los compromisos con los ciudadanos. Una tentación ante la que podemos defendernos en este tiempo repasando en conciencia las prioridades de nuestra vida y la consistencia de los compromisos adquiridos.

 

Otro modo de contemplar el Stabat Mater podemos encontrarlo en unas palabras de san Juan Pablo II pronunciadas en la ciudad de México ante la bella y sobrenatural imagen de la Virgen de Guadalupe, para destacar en María la dimensión definitiva de su fidelidad que es la constancia. «Porque es fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente en la hora de la exaltación, difícil serlo en la hora de la tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida. El  fiat de María en la Anunciación encuentra su plenitud en el fiat silencioso que repite al pie de la cruz. Ser fiel es no traicionar en les tinieblas lo que se aceptó en público». 

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