Orgullosos de nuestra fe

El cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid.
El cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid.

Hemos celebrado el Día de nuestra Iglesia diocesana en Madrid como en las demás diócesis que están delimitadas por un territorio concreto. Sin embargo, es mucho más pues forman parte de cada diócesis todos los que trabajan en ella: comienza y termina en las parroquias, centros que reúnen las actividades de los feligreses. No  siempre se perciben las labores de muchos que trabajan por Jesucristo y aportan vida espiritual y colaboración, espiritualidad y pertenencia con gran espontaneidad, como realizan tantos movimientos y asociaciones de fieles. Porque la diócesis son principalmente las personas, los fieles que trabajan en cada territorio: unidad pero no uniformidad, unidad y variedad, unidad y comunión, pues todo ello lo estamos viviendo en este tiempo de sinodalidad.

Responsables del don recibido

Por todo esto y más estamos orgullosos de nuestra fe. Ya hay suficientes mensajes negativos contra la Iglesia, los sacerdotes, la doctrina de fe y las enseñanzas morales, especialmente la referida al matrimonio y la familia, como para no ofrecer a todos el Evangelio vivido con alegría y seguridad. No pasa nada por mostrarnos orgullosos de nuestra fe, porque aporta mucho a la convivencia en paz y a la sociedad en sus estructuras de bien común. Somos conscientes del don recibido como un talento para hacerlo más productivo, sin creernos predestinados pero sí responsables.

Nuestro cardenal arzobispo, Mons. José Cobo ha escrito para el día de la Iglesia diocesana que: «Hemos sido llamados para hacer presente el evangelio de Cristo, que es quien de verdad da vida al mundo. De esta manera, la Iglesia madrileña, en cada una de sus comunidades, se convierte en un punto de encuentro en el que todos pueden sentirse acogidos, recibir la gracia de Dios y experimentar el abrazo del Padre que nos hace crecer en fraternidad».

No se trata de molestar a nadie y creerse superiores a los demás, aunque sí de ser agradecidos a la fe que hemos recibido en la familia cristiana enraizada en la vida diocesana, a la vez particular y universal. Quienes hemos recibido el don de la fe compartida, celebrada y vivida nos sabemos responsables de desarrollarla aún más. Por eso el apostolado de los laicos es el cauce habitual, continuo y nada ruidoso de corresponder y transmitir el legado recibido. Ese ha sido precisamente el mensaje del Vaticano II que sigue de plena actualidad, en particular el Decreto sobre el apostolado de los laicos. Enseña no solo la necesidad del testimonio sino de la palabra que ilumina y mueve a otros, teniendo en cuenta la confusión doctrinal y moral patentes en nuestra sociedad.

Con el testimonio y la palabra

«A los laicos se les presentan innumerables ocasiones para el ejercicio del apostolado de la evangelización y de la santificación. El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas, realizadas con espíritu sobrenatural, tienen eficacia para atraer a los hombres hacia la fe y hacia Dios, pues dice el Señor: "Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5, 16).

»Pero este apostolado no consiste sólo en el testimonio de la vida: el verdadero apóstol busca las ocasiones de anunciar a Cristo con la palabra, ya a los no creyentes para llevarlos a la fe; ya a los fieles para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a una vida más fervorosa: "la caridad de Cristo nos urge" (2Co 5, 14), y en el corazón de todos deben resonar aquellas palabras del Apóstol: "¡Ay de mí si no evangelizare"! (1Co 9, 16).

»Mas como en nuestros tiempos surgen nuevos problemas, y se multiplican los errores gravísimos que pretenden destruir desde sus cimientos todo el orden moral y la misma sociedad humana, este Sagrado Concilio exhorta cordialísimamente a los laicos, a cada uno según las dotes de su ingenio y según su saber, a que suplan diligentemente su cometido, conforme a la mente de la Iglesia, aclarando los principios cristianos, defendiéndolos y aplicándolos convenientemente a los problemas actuales» (n.6).

 

La Iglesia doméstica

Campo preferente de evangelización sigue siendo la familia y más en nuestro tiempo cuando muchos no encuentran el sentido del matrimonio y la fuerza para desarrollar una familia cristiana y ni siquiera en el orden natural según la voluntad de Dios.

En familia rezamos, nos reunimos en el templo, celebramos las fiestas que alegran cada semana. Somos coherentes con la fe y moral de la Iglesia en los trabajos pues no dejamos esta fe fuera como quien deja a la puerta el sombrero o el paraguas. Eso lo hemos vivido y visto hace poco en la JMJ de Lisboa, en la Vigilia de la Almudena, en la inauguración del episcopado de Mons. José Cobo, en los retiros de movimientos, en las misas de domingos, muy participadas por las familias.

A esta familia cristiana se refiere también el Concilio: «Los cónyuges cristianos son mutuamente para sí, para sus hijos y demás familiares, cooperadores de la gracia y testigos de la fe. Ellos son para sus hijos los primeros predicadores de la fe y los primeros educadores; los forman con su palabra y con su ejemplo para la vida cristiana y apostólica, los ayudan con mucha prudencia en la elección de su vocación y cultivan con todo esmero la vocación sagrada que quizá han descubierto en ellos» (n.11).

Aquella madre cristiana enseñó a una hija suya adolescente que había dejado de ir a Misa y de rezar, cuando salieron de compras y al pasar por la parroquia le propuso entrar para hacer una visita a Jesús sacramentado, sólo unos minutos, y la joven accedió a regañadientes. Al salir la madre le dijo con un poco de gracia: ¿Sabes por qué paso muchas veces a hacer una visita o a rezar? -Para que cuando me muera y me traigan a la Iglesia no se extrañe Jesucristo y tenga que decir ¿Y quién es esta, porque no la conozco, no la he visto por aquí?

Mons Cobo exhorta en su Carta pastoral a desarrollar ese apostolado laical y tener más iniciativa en la tarea evangelizadora en la familia, en el trabajo, en la convivencia con nuestros iguales:  «Todos hemos sido convocados a ocupar un puesto y un lugar. Nuestra Iglesia en Madrid siempre ha tenido esta vocación de ser constructora de la fraternidad que anuncia que el amor de Dios, manifestado en Jesucristo, abraza a todos». Una buena ocasión pues para que cada uno se pregunte cual y es mi lugar en la evangelización para llegar a más en esta Iglesia diocesana de puertas abiertas.

Avanzamos en el final del año litúrgico que será el domingo último de este mes, y recogemos esa exhortación de Mons. Cobo para cuando un día cada uno sea llamado a la presencia del Señor Jesús vea que ha vivido como amigo de Dios, hermano de Jesucristo, hijo de María y orgulloso de pertenecer a la Iglesia.

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