En la entraña del mundo

Vaticano.
Vaticano.

Laicos en el mundo

El concilio Vaticano II declaró con solemnidad la llamada universal a la santidad, culminando así un proceso histórico, teológico y pastoral, de vivir la santidad en el mundo transformándolo desde dentro, tarea principal de los fieles laicos.  

«Es pues completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o condición, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, que es una forma de santidad que promueve, aún en la sociedad terrena, un nivel de vida más humano. Para alcanzar esa perfección, los fieles, según la diversas medida de los dones recibidos de Cristo, siguiendo sus huellas y amoldándose a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, deberán esforzarse para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Así la santidad del Pueblo de Dios producirá frutos abundantes, como brillantemente lo demuestra en la historia de la Iglesia la vida de tantos santos»[1].

Un corresponsal en el frío

Hace unos meses se han publicado las memorias de corresponsal Ricardo Estarriol para La Vanguardia y otros medios de comunicación[2]. Fallecido en 2021 deja un testimonio profesional de primera y de amigo fiel que acercó a Jesucristo a muchos amigos y compañeros. No es un santo pero sí ha buscado la santidad dejando una huella laical, profesional y apostólica en muchas personas y ambientes.

Este periodista estuvo informando acerca de los acontecimientos en los países del Este de Europa durante casi cuarenta años. Conocía la realidad de esos países del frío, tenía muchos y buenos amigos de todas las tendencias políticas y sociales, muchos contactos,  documentación abundante y contrastada, y mucho más.

Esta obra es historia contada con vigor de crónica y biografía que la hace valiosa y apasionante para conocer tantos hechos durante la guerra fría. Muy pocas personas sabían lo que de verdad pasaba en Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Yugoslavia y la Unión Soviética. Un profesional riguroso a la vez que comprometido como cristiano y del Opus Dei. Fiel a ese espíritu de libertad ha desarrollado su vocación profesional con rigor: era corresponsal y del Opus Dei, pero no uno del Opus que se introdujo en la prensa.

No fue un paracaidista que cae de los cielos para evangelizar sino un soldado raso que pisa la tierra porque es su vocación profesional. Quizá algunos no apreciarán esa diferencia aunque es capital para entender la misión de los laicos en el mundo.

Me parece un ejemplo del apostolado eficaz de los laicos en el mundo comprometidos en movimientos y realidades eclesiales modernas, que participan en la misión de la Iglesia en el modo que les es propio. Su formación es la común a todos los católicos, añadiendo además las formas de apostolado que requieren una variedad de personas y una preparación específica.

 

Reforma de la Curia romana

En la pasada fiesta de san José, el papa Francisco ha promulgado la constitución apostólica Praedicate Evangelium, con la que culmina la reforma de la Curia, después de años de consultas, estudios, experiencias y mucha oración.

Una reforma largamente preparada de la administración vaticana articulada sobre una mayor profesionalidad, coordinación y agilidad, contando más con los laicos en organismos de gobierno, con un profesionalidad y una visibilidad menos clerical. Las noticias vienen destacando que los avances en sinodalidad, la descentración, la mayor presencia de hombres y mujeres en los organismos de gobiernos, su capilaridad, son un bien para hacer presente a Jesucristo en el mundo. Estos cambios son necesarios y representan una novedad relativa, pues como he señalado, la principal aportación de los laicos, hombres y mujeres por igual, es su testimonio de fe y vigor apostólico en medio del mundo. Es algo capilar, y permanente desde las primeras familias cristianas que pusieron a Jesucristo en el centro de su vida ordinaria y en el desarrollo de la Iglesia. Su estilo de vida austero, sacrificado y alegre fue el imán que atrajo a muchos paganos a la fe cristiana como seguidores de Jesucristo.

A manera de fermento

Precisamente el concilio Vaticano II se ha ocupado del apostolado de los seglares que brota de la esencia misma de su vocación cristiana y nunca puede faltar en la Iglesia: la vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación al apostolado llevado a cabo con naturalidad según su iniciativa y su ambiente, con el fin de que crezca más y más el Reino de Cristo. Los laicos son los que muestran con su vida que ese Reino no está apartado de la realidad y la historia cuando se mueven como protagonistas de la transmisión de la fe.

Señala el concilio que «En realidad, ejercen el apostolado con su trabajo para la evangelización y santificación de los hombres, y para la función y el desempeño de los negocios temporales, llevado a cabo con espíritu evangélico de forma que su laboriosidad en este aspecto sea un claro testimonio de Cristo y sirva para la salvación de los hombres. Pero siendo propio del estado de los laicos el vivir en medio del mundo y de los negocios temporales, ellos son llamados por Dios para que, fervientes en el espíritu cristiano, ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento»[3].

Por tanto, la familia, las ocupaciones ordinarias, el trabajo, la amistad, su acción social; su pertenencia a una realidad eclesial apostólica, las formas organizadas del apostolado seglar, todo eso constituye la materia fundamental de su apostolado. Habla por tanto de vocación al apostolado, su formación cristiana, sus campos y diferentes formas. Y entre los fines a lograr está la evangelización y santificación de sus iguales, la renovación cristiana del orden temporal, la acción caritativa, el trabajo en el medio social y medios de comunicación, las empresas, los organismos nacionales e internacionales.

Las parroquias cuentan con ellos para el sostenimiento, la acción social, la formación de jóvenes y adultos, o las catequesis. Todos como miembros del Cuerpo de Cristo tienen su misión y carisma, los laicos unidos a los obispos y párrocos, y comprometidos libremente en realidades eclesiales novedosas que el Espíritu Santo ha suscitado especialmente en el pasado siglo XX.

Se podría resumir que estos cambios en la Curia son necesarios, harán mucho bien y enriquecen la sinodalidad y la comunión. Una novedad que se inscribe a la perenne novedad del evangelio y de una Iglesia viva, gracias a la mayoría de sus fieles de a pie que transmitieron la aventura de caminar junto a Jesucristo, y cambiaron el mundo. Millones de laicos en el mundo… y unos pocos profesionales en la Curia. Es lo que esperamos conseguir en este tiempo de incertidumbre y en crisis, que es también de identidad, de compromiso y de santidad en el mundo. 

 

[1] Concilio Vaticano II, Lumen gentium, n. 40

[2] Ricardo Estarriol. Un corresponsal en el frío. Rialp. 2021

[3] Concilio Vaticano II, Decreto Apostolicam actuositatem, n. 2

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