Gestos de Francisco en los Estados Unidos

Acabamos de ver durante el viaje de Papa Francisco a Cuba y Estados Unidos que su política de gestos es un imán que atrae a las cámaras y las redes de comunicación alimentando la esperanza del mundo.

Este viaje a estos dos países, tan distintos y juntos pero no revueltos, muestra su vocación como Pontífice o constructos de puentes. No todos leerán sus discursos pero todos tienen la imagen de hombre de paz, como pide su fe cristiana y la naturaleza de la Iglesia, esa que el laicismo se empeña en presentar como una reliquia del pasado, una y otra vez, fracaso tras fracaso, porque no corresponde a la realidad. No hay que olvidar que la Iglesia es la primera potencia mundial sin divisiones acorazadas, la primera que se ha renovado hace cincuenta años con el Vaticano II, y la primera que ha marcado un programa ilusionado para el nuevo milenio en la persona de Juan Pablo II. Por eso los gestos del Papa Francisco se graban en la conciencia del sentido común, sin distinción de lenguas ni de razas.

El Papa Francisco va a lo esencial como señala en esa expresión suya de la Iglesia como «hospital de campaña». Por eso deja flecos como no haber hablado con los disidentes cubanos, cristianos perseguidos en su propia tierra, algo no fácil de entender para los algunos y que el Papa acepta las críticas. Antes y después ha tenido tantos gestos de cercanía y palabras de consuelo, pero por lo visto no se trataba de arruinar el mensaje de su viaje.

El Papa Francisco ha sido recibido con los mejores honores por Obama y su gobierno que saben estar; saben que tratan con la diplomacia más experimentada y profesional del mundo, y no se pierden en el trasnochado laicismo que nos aqueja en la vieja Europa y singularmente en España. ¿Se imaginan la reacción de algunos políticos descamisados y personajillos singulares entre nosotros si el Papa fuera recibido con los máximos honores, hablara en el Congreso, y defendiera la vida, la familia, o la libertad de educación?

El Papa Francisco se ha dirigido a los Cámaras reunidas en un tono afectuoso para pedir al Congreso americano mayor apertura a los inmigrantes -«No se avergüencen de sus raíces, les ha dicho-; atención a los refugiados, coraje y atrevimiento en el diálogo con Cuba -«pasos positivos en el camino de la reconciliación»-; destacar la ecología humana -«cualquier daño al medio ambiente es un daño a la humanidad»-; y frenar el tráfico de armas. También ha pedido la «abolición mundial de la pena de muerte», porque cada vida es sagrada y cada persona humana está dotada de una dignidad trascendente e inalienable. Y por lo mismo ha dicho que esa regla de oro «nos recuerda la responsabilidad que tenemos de custodiar y defender la vida humana en todas las etapas de su desarrollo», ante la atenta mirada de los representantes del pueblo de los Estados Unidos. Otro tema clave en esas tierras ha sido su petición de acabar con la venta de armas, algo necesario y un poco utópico que requiere muchos matices.

No podían faltar sus alegatos en favor de la familia, especialmente al clausurar esta Jornada Mundial en Filadelfia, ante millón y medio de personas -a ver qué líder reúne a tanta gente- constatando que «la institución civil del matrimonio y el sacramento cristiano ya no coinciden sustancialmente ni se sostienen mutuamente, lo cual pide una mayor implicación de todos para sostener el futuro de la humanidad. En esa Jornada lo ha señalado con claridad al decir a los obispos y sacerdotes que estaban allí como invitados, no como dirigentes, pues esa labor a favor de la familia corresponde sobre todo a los laicos, empezando por las mujeres.

Así pues, el Papa Francisco y su política de gestos tienen contenidos bien precisos y elementales pero ignorados por los intereses creados; no habla de política sino de moral y por ello de humanidad.

Jesús Ortiz López

 
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