¿Por qué la Carta Placuit Deo?

Se publica una nueva Carta titulada Placuit Deo desde la Congregación de la fe y con aprobación del Papa Francisco en la fiesta de la Cátedra de san Pedro. ¿Por qué esta Carta? Y ¿por qué en este momento?

El título traducido es «Dispuso Dios [en su sabiduría revelarse a Sí mismo]». Parece que algunos cristianos interpretan a Jesucristo desde categorías culturales del momento ancladas en el subjetivismo como si los hombres fueran individuos aislados, capaces de encontrar por sí mismos la salvación de los males que indudablemente nos afectan.

El gran pensador J.W.Goethe escribió a un amigo suyo manifestando que estaba contento con su vida: que sí admitía al buen Dios pero que no se veía necesitado de salvación; porque no se sentía pecador, gozaba de fama y la admiración de la sociedad, y tenía también bienestar y paz en su conciencia.

Puede señalarse como exponente de esa mentalidad del hombre que apenas tiene necesidad de Dios y no necesita mediación para entenderse con Él; de ahí que no entienda la necesidad de la Iglesia ni de las normas morales concretas, y que considere los sacramentos como ritos exteriores interesantes, pero fácilmente prescindibles.

Sin embargo, este planteamiento subjetivo vacía la realidad de la fe cristina como encuentro real con Jesucristo, Dios y hombre verdadero que ha asumido nuestra condición humana menos el pecado, con alma y cuerpo en su Persona divina y mediador universal, que ha fundado la Iglesia como camino de salvación ofrecida a todos los hombres.

El documento califica la mentalidad subjetivista como neo-pelagianismo y neo-gnosticismo, antiguos errores cristianos que reducen la salvación al buen ejemplo de Cristo, a quien no consideran como el Hijo de Dios encarnado que lleva a plenitud la historia de la salvación, obra de la gracia de Dios Trino y de la libre correspondencia de los hombres. Y por ello quitan importancia a los pecados y a la sanación que llega por medio de los sacramentos de la gracia ofrecidos por la Iglesia de Jesucristo. La Palabra de Dios y el Pan de Cristo pierden importancia y quedan como elementos interesantes de la religión cristiana, a semejanza de los ritos que tienen otras religiones humanas. Y lo mismo ocurre con el Bautismo y el resto de los sacramentos.

Se entiende que la Iglesia quiera recordar ahora la genuina fe en Jesucristo con todas sus consecuencias como Salvador del mundo y esperanza de la humanidad, a fin de no desvirtuar el fondo sobrenatural del mensaje cristiano y católico en particular.

Sirva como resumen este párrafo del número seis de la Carta: «La salvación completa de la persona no consiste en las cosas que el hombre podría obtener por sí mismo, como la posesión o el bienestar material, la ciencia o la técnica, el poder o la influencia sobre los demás, la buena reputación o la autocomplacencia. Nada creado puede satisfacer al hombre por completo, porque Dios nos ha destinado a la comunión con Él y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Él».

Esta Carta va dirigida a los obispos y fieles para iluminar la fe y provecho de las almas a fin de que evitar el relativismo religioso. También escribe a los creyentes de otras religiones para presentar con sinceridad puntos esenciales de la fe católica, sin lo cual se haría imposible un verdadero diálogo. Sabemos además que Dios sigue actuando en la historia y quiere llegar a todos incluso por caminos desconocidos para nosotros, que finalmente convergen en la Persona divina de Jesucristo.  

 


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