Cardenal Müller y los sacerdotes

Estos días el Cardenal Müller se encuentra entre nosotros invitando a vivir con más esperanza, después de haber sido presentado su “Informe sobre la esperanza”, que recoge sus diálogos con el director de la BAC, Carlos Granados. Como Prefecto de la Congregación de la Fe, conoce las cuestiones más importantes sobre la fe en Jesucristo, la comunión en la Iglesia, la crisis de la institución familiar, y la necesidad de los valores humanos en la sociedad. De todo ello tratan esas memorias.

En el ámbito eclesiástico dialoga con Granados también sobre el sacerdocio y las tensiones que afectan a los sacerdotes. Y lo hace con claridad de ideas, con valentía, y con esperanza. Me referiré aquí solamente a ciertos puntos sobre los presbíteros.

Sobre el celibato. Cuestionado desde instancias externas a la Iglesia llegan a desconcertar a algunos presbíteros. Afirma que este celibato sacerdotal es un tesoro, un don recibido por la Iglesia, que experimenta con ello una singular presencia real de Jesucristo, unida desde luego a la Eucaristía y al servicio a todos:

Desde su observatorio global, el Cardenal Müller tiene una mirada de largo alcance sin sentirse atosigado por las urgencias artificiales de ciertas instancias creadoras de opinión pública. Y recuerda que otras experiencias vividas desde hace siglos por los cristianos ortodoxos y por las Iglesias reformadas no ofrecen ventajas ante la disminución de las vocaciones sacerdotales ni para un mejor servicio a los fieles, sino a veces todo lo contrario.

Sacerdocio a prueba. Pocos son los que piensan que el sacerdocio católico es un simple ministerio profesional, que podría abandonarse cuando surgen dificultades o nuevos intereses personales. En los Evangelios no encontramos nada sobre un hipotético sacerdocio a prueba, como tampoco hay un matrimonio a prueba. Ciertamente y de hecho hay divorcios y otras formas de eludir el compromiso de uno con una para toda la vida, como también hay algunos sacerdotes que no han sido capaces de perseverar en su vocación. Sin embargo y en buena lógica, no se debe confundir los hechos y la comprensión que merecen esas personas, con la práctica multisecular des vivir un sacramento específico instituido por Jesucristo para actuar en su Persona como Cabeza para bien de todos. La perseverancia es lo normal como ejercicio de una libertad entregada que se vive con la gracia de Dios, estando siempre disponibles: los famosos “pastores con olor a oveja” desde san Pablo, como pide el Papa Francisco. Por lo mismo el sacerdote no se jubila del ministerio ni de hecho ni de derecho; otra cosa es que la edad, la organización eclesiástica,  y las leyes señalen la jubilación de los encargos pastorales específicos. Y es bien conocido que todo sacerdote sigue celebrando la Misa, aunque sea en privado, sigue confesando y escuchando a los fieles, hasta que las fuerzas le aguanten, porque nunca se deja de ser padre según el espíritu o según la carne.

Así lo expresa el Cardenal: “Una vez padre, siempre padre. Dicho sacramento establece una nueva relación personal, en la misma línea de la paternidad y, por tanto, no es que una mera función” (p. 99).

Sacerdocio femenino. Otra insistencia de quienes conciben el sacerdocio sólo como una profesión o como un derecho sometido al igualitarismo artificial de nuestro tiempo. Müller afirma que este asunto ya está resuelto definitivamente por Juan Pablo II en el n.4 de la exhortación apostólica Ordinatio sacerdotalis de 1994 “reforzó con el plural mayestático (declaramus), el único documento en el que este Papa esa esta forma verbal, que es doctrina definitiva enseñada infaliblemente por el magisterio ordinario universal (can 750,&2 CIC) que la Iglesia no tiene la autoridad para admitir las mujeres al sacerdocio.” (p. 999-100). Es posible que algunos esto les encienda contra el dogmatismo, dada la liberalidad de nuestro tiempo, pero cualquiera puede advertir que la Iglesia es una institución seria que no juega con el patrimonio recibido a lo largo de los siglos.

Pocas personas conciben que el sacerdocio reservado a los varones sea una discriminación injusta sobre las mujeres, que tanto aportan a la vida eclesial en todos los ámbitos. Y es que se distorsiona la teología cuando el sacerdocio femenino es visto como una conquista, con una gran carga ideológica o sectorial, que prescinde de las razones teológicas de identificación sacramental con Cristo varón, Esposo de su Iglesia.

Sobre la escasez de vocaciones el Prefecto habla nuevamente de esperanza porque –si se puede expresar de este modo-la Iglesia no necesita hoy más misas sino más fieles comprometidos y convencidos que hagan presente a Jesucristo en todas las actividades y estructuras temporales en la sociedad. Porque la llamada a la santidad en medio del mundo es el gran don impulsado por el Vaticano II. Porque, en definitiva, la Nueva Evangelización  no está sustancialmente en las manos de los sacerdotes ni en las tácticas pastorales –aunque ayuden tanto- sino en el quehacer ordinario o extraordinario de los laicos que viven una fe sin licuar, como ha dicho el Papa Francisco.

 

¿Qué decir finalmente de los abusos de algunos sacerdotes en algunos países? Son conductas incompatibles con la vocación y la limpieza de vida –“corrruptio óptimi pésima”-,  además de ser un delito execrable perseguido por las leyes. Dicho lo cual también hay que preguntarse por qué el radar mediático está tan focalizado hacia estos pecados de sacerdotes concretos mientras se silencian los abusos con menores y adolescentes protagonizados en otros estamentos deportivos, escolares, artísticos y televisivos. Quizá hacen falta más películas premiadas con Oscar para acompañar a la galardonada “Spotlight”.

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